Abrir Puertas a la Tierra
Abrir puertas a la tierra |
Una historia dentro de la historia, previa a la 2da. fundación de Buenos Aires por Don Juan de Garay.
por DarÃo Lavia
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Tomado de una historia escrita por españoles
... por entonces, se le concedió facultad a un hidalgo vizcaÃno, llamado Juan de Garay, para que hiciese gente, y saliese con ella a hacer una población en Sancti Spiritus, a donde más convenÃa. Y hecho su nombramiento, levantó 80 soldados, todos los más hijos de la tierra; y prevenidos de armas, caballos y municiones, salieron de la ciudad de Asunción el año de 1573, por tierra; y por el rÃo en un bergantÃn y otras embarcaciones juntos, (...); llevando por tierra caballos, yeguas y vacas. Y llegando a la boca del Paraguay, acordaron que los de tierra pasasen el rÃo de la otra parte del Paraná, y por aquella costa se fuesen hasta la laguna de los Patos. Lo cual se hizo sin dificultad del enemigo, por ir descubriendo aquel camino que jamás se habÃa andado por los españoles. Desde ahà los expedicionarios iniciaron jornada tomando el rÃo que llaman de los Quiloasas; atravesando a la parte del Sudoeste. Y sentado su real , corrió Juan de Garay aquel territorio, y vista su buena disposición, determinó hacer allá una fundación; para lo cual ordenó su elección y cabildo, regidores, con dos alcaldes ordinarios y su procurador. Y habiendo tomando la posesión, y hecho los requisitos de ella, puso luego por obra una fuerte tapia, de la capacidad de una cuadra, con sus torreones, donde se metió con su gente. Fue hecha esta fundación llamada la ciudad de Santa Fe, el año referido, dÃa del Bienaventurado San Gerónimo. Está en un llano, tres leguas más adentro, sobre este mismo rÃo que sale 12 leguas más abajo; muy apacible y abrigado para todo género de navÃos; la tierra es muy fértil de todo lo que en ella se siembra, de mucha caza y pesquerÃa. Hay en aquella comarca muchos naturales de diferentes lenguas y naciones de una y otra parte del rÃo, que unos son labradores y otros no. Concluido el fuerte, luego salió Juan de Garay a correr la tierra, empadronando a los indios de la comarca, asà para encomendarlos a los pobladores , como para saber el número que habÃa: para lo cual sacó 40 soldados en el bergantÃn, una barca y algunas canoas; y bajando el rÃo abajo le salieron muchos indios de paz, y para poderlos visitar fue fuerza entrasen con el bergantÃn por un estrecho rÃo, que sale al mismo principal, por donde habÃa muchos pueblos de naturales; y después de haber entrado por aquel brazo, llegaron a cierto puerto, donde los indios le pidieron estuvierse algunos dÃas para ver la tierra. Y una mañana se fue llegando tanta multitud de gente que les puso en gran cuidado, por lo cual el capitán mandó a su gente que estuviesen alerta con las armas en las manos, y que ninguno disparase hasta que él lo mandase.
A partir de aquÃ, dejamos de ceñirnos a la crónica española...
A bordo del bergantÃn, Juan de Garay hizo uso de la palabra, frente a los soldados, un indio ladino, dos subalternos y un prelado y la tripulación.
El Capitán de Justicia mayor de las provincias del Plata dijo que la situación se habÃa complicado por un "exceso de confianza en la apacibilidad del indio". Acto seguido preguntó al indio ladino, de nombre "Juan", qué podrÃa significar la aglomeración de gentes que estaban observando desde el nao.
De manera escueta, Juan dijo, en un español rústico pero inteligible, que habÃa un incidente y que los indios estaban en pie de guerra, aunque no creÃa que Garay o sus hombres corriesen peligro.
Luego tomó la palabra el soldado más veterano de la partida, uno de los subalternos de Garay, y afirmó que por naturaleza el indio ataca a traición, y por naturaleza liquida españoles. El subalterno, de apellido Torres, recordó la triste experiencia del cacique Yoquinta y sugirió que lo mejor serÃa levar anclas y salir por donde habÃan venido y que los indios siguieran con su gran junta.
En cambio, el otro subalterno, de apellido Huerta, propuso "dividirse y atacar a los brutos". Con la ventaja de las armas de fuego, "darles hostias a la brevedad", concluyó.
No hubo más claridad con la intervención del prelado, que dijo que si bien la fundación de la Santa Fe habÃa estado rodeada por la Gracia de Dios, ahora parecÃa que la Voluntad del AltÃsimo no los acompañaba, de manera que serÃa más razonable retirarse sin hacer mucho ruido.
Nadie habÃa querido interrumpir la prédica del cura, pero mientras él hablaba, algunos marineros vieron que en tierra habÃan comenzado a subir columnas de humo de varios focos. Garay se puso tenso y ordenó en ese momento a uno de los marineros subir a la gavia del navÃo, para que pudiera reconocer el campo y avisar todo lo que viera. El marinero vio que todos los alrededores estaban repletos de "indios en pie de guerra" y que, complicando aún más las cosas, veÃa varias canoas que venÃan subiendo de rÃo abajo y de rÃo arriba. No hacÃa falta aclarar que la estrechez del rÃo hacÃa difÃcil imaginarse cualquier intento de retirada por agua sin chocar contra una u otra fuerza de canoas.
Garay terminó la reunión ordenando un alerta para todos en el bergantÃn, y pasó a la proa, donde se reunió con los subalternos, el contramaestre y el cura. "Si hacemos fuego primero, tal vez tengamos alguna chance", dijo el belicoso Huerta, aunque no tuvo respuesta ante la pregunta del Capitán sobre si el poder de fuego de los soldados podÃa verse desbordado por el ataque de un alto número de indÃgenas. El cura volvió a invocar el nombre del Señor para indicar que si bien el poder de la cruz defendÃa a los españoles, bien que el Diablo podrÃa tener una victoria parcial en ese inhóspito paraje, volviendo a insistir en intentar una retirada a toda vela.
En cubierta, los marinos, los soldados (la mayorÃa de los cuales eran mancebos), se estaban poniendo nerviosos y uno de ellos increpó al indio ladino, tratando de forzarlo a saltar a tierra para parlamentar o pedir una tregua. Otro de los soldados, intentó subir a la proa para solicitar una orden inmediata de ataque. A cada minuto habÃa más nativos en tierra, pero ninguno parecÃa interesado en el bergantÃn y casi al mediodÃa, Garay, convencido de esperar hasta el último minuto, habló a todos a bordo y les infundió ánimo y paciencia, reiterando la orden de que él serÃa el primero en disparar. Pero luego se retiró a su camarote.
Con el Capitán ausente, la tripulación del navÃo iba perdiendo la calma poco a poco. "Ataquemos a las bestias", incitaron varios soldados, pero los subalternos trataban de calmarlos (aunque uno de ellos no estaba muy convencido de seguir inactivos). El prelado trató de convencer a uno de los subalternos de levar anclas, para que la Ira del Señor no cayera en sus cabezas. El indio dijo que algo debÃa estar pasando en tierra, pero que no creÃa que se estuviera preparando un ataque a la embarcación, debido a que los movimientos de los indios eran muy evidentes. Pero los soldados no querÃan ver las evidencias. A poco comenzaron los primeros disturbios y, mientras el marinero en el palo mayor seguÃa brindando su desalentador parte noticioso, la tensión iba subiendo más y más.
En su camarote, Garay se sentó y abrió un diario. Releyó sus últimas anotaciones y pensó, con la mirada fija en una vela, hasta que punto seguirÃa inactivo. Si las tribulaciones de tierra y de agua no eran en contra suya, retirarse serÃa visto en Asunción como un acto de cobardÃa. También atacar podrÃa ser un error. Si atacaba, y cada español mataba a dos indios, matarÃa ciento o más; pero terminarÃa retrocediendo ante la enorme cantidad de indios (más de mil) que estaban juntándose en aquel lugar. Sólo le quedaba esperar hasta ver que pasaba... pero la espera ponÃa nerviosos a los hombres (y las discusiones a voz viva ya llegaban a sus oÃdos). La posibilidad de un motÃn era lejana, pero a como iban las cosas, no era nada descabellada. Garay tomó la pluma y escribió, pero le temblaba el pulso. Quiso escribir "abrir puertas a la tierra", que era su intención al fundar el asentamiento a orillas del Paraná, pero no llegó a terminar la segunda palabra. No querÃa que quedara desprolijo. Guardó la pluma y se recostó.
Mientras pasaban los minutos del mediodÃa, y los españoles se iban descontrolando, Garay seguÃa ausente y esperando qué vendrÃa primero, si el ataque del enemigo o el amotinamiento de los suyos. El temblor de su mano era pronunciado pero aun asà se levantó y, con la mente rebosante de pensamientos, volvió a abrir su cuaderno.
"Mi atributo de mando debe ser evaluado, no ante Dios, no ante la posteridad, no ante el Gobernador General o la Corona, sino ante aquello que llamamos Conquista. Un Conquistador no puede pretender organizar nada si no es capaz de dominar una situación crÃtica. Un pueblo como el nuestro no merece apoderarse de un Nuevo Mundo si no tiene el temple necesario de Conquista. Si hay algo de verdad en esto, si hay algo de realidad en estas lÃneas, entonces se decidirá aquà mismo, porque estoy dispuesto a aguardar sin perder la calma, hasta el último momento."
Garay releyó y le gustó lo que habÃa escrito. No le habÃa salido nada mal y al terminarlo, el temblor le habÃa menguado. Fuera, en cubierta, habÃa momentos de silencio continuados por griterÃos. Algunas veces era el marinero vigÃa, que informaba movimientos de indios. Las canoas habÃan formado un cinturón alrededor de la costa del rÃo. A una legua se venÃan más. Otras veces eran los vozarrones de los subalternos que increpaban a aquellos que vomitaban o bien que querÃan iniciar los primeros disparos.
Garay volvió a retomar la pluma. "Hay que decidir quién merece el dominio de la Tierra, si el ocupante originario, el indio, o el hombre blanco. Muchos vienen al Nuevo Mundo en busca de tesoros fabulosos, que en lo profundo de sus mientes no creen realmente que existan. Ya ha pasado la época de los exploradores que yerraban eternamente en la busca de Eldorado o Cibola. Ya es recuerdo la época de saqueamiento de los grandes imperios. Ahora queda lo más miserable, las tribus belicosas y las inofensivas; las nómadas y las asentadas. Pero ninguna riqueza en vista, no necesariamente implica ninguna ambición interior. Queda la posibilidad de construir poder. Poder surgido de la fundación y dominio de nuevas ciudades. Y la Tierra es tan extensa, que sobra espacio para docenas. Los indios pacÃficos y sometidos, no son problema; pero los belicosos nos permiten entrar en acción. Y esa acción nos brinda, luego del sometimiento, la posibilidad de sentar bazas de poder sobre las tribus conquistadas y sus territorios."
En ese momento, hubo un estrépito. En cubierta se habÃa provocado una pelea. Garay salió de su camarote y ordenó a todos alistar sus arcabuces. Los contendientes cesaron su reyerta: la disciplina volvió como por arte de magia. Un silencio de tumba recorrió la cubierta del bergantÃn. Todos se formaron en fila, y se dispusieron a aguardar la orden de disparar a los ocupantes de las canoas que obstruÃan el rÃo.
ConcluÃmos con dos crónicas españolas...
Cuando en este punto dijo el marinero que estaba en vigÃa: "Un hombre de a caballo veo, que va corriendo tras unos indios." Dijéronle que mirase lo que decÃa: luego respondió: "otro veo que le va siguiendo"; y prosiguiendo, dijo: "tres, cuatro, cinco, seis de a caballo"; los cuales, según parecÃa, andaban escaramuceando con los indios que venÃan a esta junta a dar en los nuestros; y siendo asaltados repentinamente de los de tierra, comenzaron a huir, y dando la voz de cómo habÃa españoles de aquella parte que los herÃan y mataban. Luego en un instante se deshizo toda aquella multitud, de tal manera, que por huir más a prisa dejaban por los campos arcos y flechas, con lo que vinieron los nuestros a quedar libres. El capitán Juan de Garay escribió luego una carta con un indio ladino a aquellos caballeros; los cuales, en aquel mismo tiempo, dÃa del Bienaventurado San Gerónimo, habÃan poblado la ciudad de Córdoba, y salieron a correr aquella tierra.
(Texto extractado con licencias literarias de la "Historia Argentina del Descubrimiento, Población y Conquista de las Provincias del RÃo de la Plata" de Rui DÃaz de Guzmán, escrita en 1612, edición de Buenos Aires, 1836)
Más resumida, y más clara, la misma historia figura de esta manera...
Garay, entre tanto que se construÃan las obras de la nueva ciudad de Santa Fe, salió con cuarenta soldados en un bergantÃn aguas abajo, con el objeto de conocer a los indios de los alrededores y siguió por el brazo del Paraná que pasa por la actual Santa Fe y Coronda, donde se detuvo algunos dÃas, en cuyo punto una mañana se le presentaron unos españoles que le dijeron que eran soldados de Gerónimo Luis Cabrera, fundador de Córdoba del Tucumán entre los indios comechigones, quien se habÃa adelantado hasta el Paraná y tomando posesión de Santi-Spiritus le puso el nombre de San Luis de Córdoba para que le sirviese de puerto para las comunicaciones con España. OÃdo esto, escribió Garay a Cabrera alegando sus derechos al paÃs y éste se le presentó el 19 de Setiembre del mismo año, sin que pudieran entenderse, según Azara y fingiendo someterse Garay, según Guevara.
(De "Los lÃmites de la Antigua Provincia del Paraguay" por el Dr. Alejandro Audibert, impreso en Buenos Aires, 1896).
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