Combate Rio Parana - Garibaldi y Brown

GARIBALDI EN ENTRE RIOS 

El desigual enfrentamiento en el río Paraná con la escuadra comandada por Brown

Una batalla naval de proporciones épicas, no exenta de misterio 

Garibaldi y Brown combatieron en el río Paraná, frente a la capital entrerriana; también en Cerrito y a metros de la costa de La Paz. Fue una batalla desigual, en un río bajo, con escuadras desparejas. El italiano salvó milagrosamente su vida en dos oportunidades. Una neblina lo hizo invisible cuando estaba a tiro de cañón y luego, jaqueado, logró escapar a nado tras hacer volar sus naves con aguardiente y pólvora. 

Misterio es la palabra que podría aproximarse a describir no pocos pasajes de la batalla naval que libraron sobre el río Paraná el italiano Giuseppe Garibaldi y el irlandés Guillermo Brown.

Combatieron frente a la isla Martín García, en las aguas del río Uruguay, también ante las costas de Paraná y, en lo que fue la batalla más memorable, frente a la ciudad de La Paz.

Garibaldi avanzaba río arriba abriéndose camino ante un bloqueo. Desafiaba el poderío de la Confederación al mando del implacable Juan Manuel de Rosas.

La intención del italiano era llegar hasta Corrientes para dar respaldo a esa provincia, que se había levantado contra el poder del dictador porteño. Lo hacía bajo las órdenes del gobierno de Montevideo, a cargo de Fructuoso Rivera, y la empresa resultaba demencial desde su diseño: una escuadra cuatro veces superior siguiéndole la marcha y todo el trayecto de siete millas con márgenes enemigas armadas con cañones y el interés de probar blanco contra el italiano y su precaria formación.

Ya había fracasado en idéntica misión un comodoro norteamericano llamado John Coe. Todo era desaliento y desigualdad para los antirrosistas comandados desde Uruguay. En los momentos de mayor dramatismo, la tenacidad, la respuesta creativa y el azar evitaron un desastre mayor.

“Cuando dejé Montevideo, había para apostar cien contra uno que nunca regresaría”, evaluó Garibaldi en sus Memorias.

Así y todo, el aventurero e idealista italiano se lanzó al río para escribir uno de los capítulos más increíbles de su vida. Todavía no era el héroe de la unificación italiana, pero ya tenía experiencia en andanzas bélicas. La brutal tortura a la que fue sometido en Gualeguay –sobre la que escribimos la semana pasada– no alcanzó para desalentar su decisión de lucha por los ideales republicanos.

VIENTO Y NEBLINA. Ingresar a las aguas del Paraná era una tarea harto difícil para la armada antirrosista. Tuvo que desplazarse frente a la batería instalada en el promontorio de la isla Martín García, y fue ahí donde se encendió el primer enfrentamiento.

Garibaldi logró salir ileso e ingresó al Paraná pese a la enorme descarga de municiones pesadas. El primer desafío estaba superado pero empezaba un trayecto aciago y casi suicida.

A no más de tres millas de haber dejado atrás la batería enemiga, la principal nave de Garibaldi, la goleta Constitución, quedó varada. Sus soldados estaban en plena tarea de transportar la carga más pesada a la goleta Prócida cuando advirtieron la presencia de la escuadra de Buenos Aires, con el almirante Brown al mando.

Las opciones eran: continuar todo el mundo intentando mover el barco o empeñarse en una nueva y dificultosa batalla. “El enemigo avanzaba soberbio, segurísimo de la victoria con sus siete fuertes barcos de guerra, mientras nosotros sólo teníamos uno, y débil por añadidura”, narró Garibaldi.

El final parecía estar cantado, pero nadie contaba con que también el Belgrano, buque almirante de la Armada de Buenos Aires, correría la misma suerte: encalló, aunque a tiro de cañón de sus enemigos inertes pero decididos.

Una combinación de viento y niebla jugó decididamente a favor de Garibaldi. Cuando el sol ascendió, una densa neblina corrió por el estuario y unos minutos después, el traslado de materiales de una nave a otra terminó por aliviar la situación, y la endeble formación al mando del italiano logró retomar su ruta fluvial.


La niebla jugó doblemente a favor de la escuadra menor. Al tiempo que permitió la huida, mantuvo oculta la decisión de remontar el Paraná. En otras palabras, desde las naves de la artillería porteña no pudieron ver qué ruta fluvial tomaron los enemigos en su viaje hacia Corrientes. Así, cuando Brown logró desencallar, comenzó a navegar por el Uruguay puesto que consideró que Garibaldi había emprendido por allí su travesía. Fue un error en el que cayó el marino irlandés. Un error inducido desde Montevideo, que había echado a rodar falsos informes que daban cuenta de que ese sería el camino elegido.

Todo eso le permitió ganar tiempo y distancia a Garibaldi. Así llegó hasta la costa de Paraná, conocida aún como Bajada. Desde la batería instalada donde hoy se erige el monumento a Urquiza, las fuerzas de la Confederación rosista intentaron derribar la flota comandada por el italiano.

La necesidad de proveerse de alimentos obligaron a más de un desembarco en las proximidades de Paraná –uno de ellos cerca del arroyo Las Conchas–, y eso trasladó el enfrentamiento a tierra. Cada choque era pérdida de vidas, pero no las que alcanzarían a torcer el resultado de una batalla.


La hostilidad desde tierra no cesaba y las naves de Garibaldi pronto llegaron a la altura de de Cerrito. Un nuevo obstáculo dificultó las cosas a la escuadra de Montevideo: la falta de viento y la corriente de frente debido a las curvas del río, obligaron a navegar a la sirga, es decir remolcando con cuerdas los barcos desde tierra. Unos empujaban, otros se defendían con fusiles y cañones.

ESTALLIDO. El arribo a Caballú-cuatiá, sobre la ribera del departamento La Paz, se produjo en medio de una bajante que no tenía precedentes en un siglo. Navegar era todo un desafío difícil de sortear.


Villanueva explica la importancia que implicaba el arribo de Garibaldi a Corrientes al considerar que ingresar a esa provincia insurrecta podría establecer una nueva ruta de comercio con Paraguay, que le quitara incidencia económica y política a Buenos Aires.


Cuando Garibaldi arribó a las costas de La Paz, Brown había advertido su error de percepción, volvió tras su trayecto para retomar el Paraná y a los tres días se encontraron ambas flotas. El calendario de 1842 gastaba su 15 de junio.


Lo de Garibaldi puede entenderse como una audaz locura. Ancló los barcos cerrando el paso a la flota de Brown y dispuso hombres en tierra para que ataquen. Hubo una tensión de horas, frente a frente, pero con posibilidades sobradas a favor del irlandés.


En la madrugada del 26, la escuadra de Buenos Aires comenzó a atacar. Los cañonazos dañaron los barcos y la gente de Garibaldi sumaba otra actividad febril para sobrevivir, como es evitar el ingreso de agua en las naves. La fatiga se adueñaba de la situación, el frío de un invierno crudo se hacía sentir, pero el desaliento no estaba entre las opciones de Garibaldi.


El cuadro era dantesco. Decenas de muertos componían el cuadro y el gemido perpetuo de los heridos atravesaba el aire.


La flota iba a dar respaldo a Corrientes, pero de Corrientes retacearon el envío previsto de apoyo. No había nada para hacer, y huir no se podía por la falta de calado.


Entonces Garibaldi dispuso armar un polvorín con todo cuanto mejor sea para la combustión. Hizo regar de aguardiente todo y juntó la pólvora de la que disponían para poder encenderla con mechas.


Cuenta Villanueva que muchos de los tripulantes, al verse ante semejante derroche de aguardiente, bebieron desaforadamente hasta quedar exhaustos. Fue otro duro golpe para la diezmada escuadra. “Nos salvó la explosión de la Santa Bárbara de la flotilla, que se produjo de un modo imponente y terrible, atemorizando al enemigo, que dejó de perseguirnos”, contó Garibaldi. Describió que “algunos hombres borrachos desgraciadamente volaron entre los pedazos de nave”.


Tras nadar lo necesario, Garibaldi y sus sobrevivientes arribaron a tierra firme. Caminaron tres días por pantanos hasta llegar a Corrientes. Todavía le faltaba escribir la más ilustre de sus páginas: la que lo presenta como el padre de la Italia unificada.


¿Acuerdo secreto?


EL DIARIO consultó sobre el misterioso episodio a dos estudiosos de la figura de Garibaldi, el historiador Darío Gil Muñoz, y el presidente de la Asociación Marchigiana de Paraná, Horacio Jorge Piceda.

–Algunas versiones, acaso para explicar el modo dramático en que Garibaldi logra sortear la muerte frente a la poderosa armada de Brown, en el río Paraná, sostienen que hubo un acuerdo entre estos, basado en la condición de masones de ambos. ¿Cree que pudo haber algo de eso?


Darío Gil Muñoz: –No sé por qué tiene que estar sujeta a algún acuerdo cuando significó una victoria aplastante para Brown, por cuanto las tres naves que comandaba Garibaldi fueron destruidas por completo. A menos que usted se lo pregunte por el hecho de que le perdonó la vida y lo dejó escapar, podría ser. Pero no es tan así, ya que la historia demuestra que en distintos bandos ha habido masones, y no por ello dejaron de pelear.


Horacio Jorge Piceda: –No conozco elementos para determinar si pudo haber algún acuerdo; personalmente creo que no. Entiendo que Brown consideró innecesaria la persecución, atento a que había ganado la batalla y las embarcaciones de la flota enemiga habían sido destruidas por el propio Garibaldi.

Fuente: www.eldiario.com

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