Nogoyá - Los Comienzos

  • Orígenes de Entre Ríos y en especial de Nogoyá

La fisonomía de la tierra, el medio que nos rodea, la geografía en resumen, forma al hombre, dándole los rasgos peculiares que lo particularizan dentro del tipo nacional, determinando asimismo los fenómenos sociales.


La tierra está en estrecha determinación del hombre. El «continente» de Entre Ríos ha modelado al entrerriano. Su configuración, ríos anchurosos que lo circundan, el Uruguay y el Paraná marcándole limites irrebasables, hacen de este verdeante pedazo de suelo argentino una isla sometida al dinamismo siempre cambiante de sus aguas. Las soberbias colinas la «Cuchilla Grande» al Este y la «Cuchilla de Montiel» al Oeste corriendo de Norte a Sur originan numerosas dicotomías que quiebran la provincia en valles y regiones independientes que, al determinar intrincados sistemas de ríos y arroyos interiores, dan al suelo notable diversidad, formando los casi independientes pagos entrerrianos que han llevado a considerarla como una «Suiza Argentina». Con el complemento geográfico de la gran selva de «Montiel», refugio de matreros con leyendas de coraje, y el extenso delta del Paraná luminoso y polícromo en sus mil islas. El hombre entrerriano, un aislado, considerando a cada pago su tierra dentro de la misma provincia, resultó un localista. Las tierras fueron divididas por la naturaleza y así surgieron las parcelas particulares y las divisiones administrativas. Particularismo y localismo, resistencia al centralismo, he ahí el signo entrerriano.

En cuanto a la nomenclatura, el nombre de Entre Ríos lo propuso Don Tomás de Rocamora al Virrey Vértiz en 1782, traduciendo el aspecto del terreno y referente a Nogoyá, núcleo de los acontecimientos a relatarse; su significado es de litigio y sin solución. Se ignora lo que esta palabra quiere decir al aparecer señalando el nombre de nuestro arroyo a mediados del siglo XVII; no es palabra guaraní y menos charrúa y a través de los tiempos se ha escrito Novolla, Noboia, Novoya, etc.; para complicar el problema, en Paraná a fines del siglo XVIII existía un vecino de apellido Nogoyá, fallecido en Gualeguay en 1783. El primer documento oficial que lleva este nombre corresponde al año 1749 en que el gobernador de Santa Fe comandante Vera Mujica comunica al cabildo de su ciudad haber vadeado el Novoyá. Otros consideran este nombre como derivado de aguas en diversas formas y en algún idioma indio. Lo real es que Nogoyá da nombre al río o arroyo y al pago, luego al partido y departamento, limitado por los arroyos Sauce, Ají, Durazno, Obispo, Raíces, Las Tunas y la Selva de Montiel. En 1782 Rocamora escribe así de nuestro río epónimo: «El Nogoyá arroyo profundo, encajonado y pantanoso, cubierto de maleza, corre al Sur desde las puntas del Palmar que lo origina en espacio de 26 a 28 leguas y corriendo un poco al Oeste desemboca en el Paraná Chico en cuya confluencia forma barra imposibilitando la entrada de todo bastimento de algún porte. Los habitantes de este lugar, que realmente dividen los partidos de Paraná y Gualeguay, no quieren entenderse unos y otros. Nogoyá «arriba» y «abajo» son sus denominaciones y así se conocen en la práctica. Repruebo la tenacidad de la gente de Nogoyá y condeno su implacable excusa de querer ser independientes de la feligresía de Gualeguay seguida con tal tesón...» Mucho tiempo después los vecinos de Nogoyá «arriba» tras larga resistencia se decidieron a obedecer las autoridades que administraban la ciudad, quedando así vencido el acendrado localismo de sus pobladores.

En cuanto a los primeros españoles que exploraron el partido de Nogoyá, son los mismos que conquistaron estos parajes para la corona hispana. Seguramente el primer blanco español que visitó Entre Ríos fue el marino Francisco del Puerto, perteneciente a la expedición de Solís quien vivió en el Delta del Paraná y luego se incorporó a la expedición de Gaboto. Perteneciente a la empresa descubridora de Magallanes el Capitán Juan Alvarez Rodríguez Serrano recorrió el Río Uruguay. Tras la fundación de Buenos Aires por Mendoza en 1536, de Santa Fe por Garay en 1573, salieron de estas villas las corrientes colonizadoras que poblaron el «continente» de Entre Ríos. En efecto: Hernandarias en 1607 recorrió la provincia y sometió indios charrúas -especialmente en el Oeste entrerriano- donde dejó pobladores, repitiendo estas entradas dos veces más antes de su muerte. Continuando desde Santa Fe esta permanente corriente de pobladores, todos los grandes terratenientes de nuestros campos fueron ganaderos santafecinos. Los tenientes gobernadores Vera Mujica, Echagüe y Andía excursionando desde Santa Fe dieron fin a los últimos indios de la mesopotamia. Desde Yapeyú, capital de las antiguas misiones guaraníticas, salieron españoles y especialmente criollos quienes con el fin de hacer «vaquerías» y poblar con ganados, fueron ocupando campos de Entre Ríos, en forma tal, que a mediados del siglo XVIII, no quedaban indios en nuestro solar provinciano. Referente a nuestros indios, los que poblaban el Entre Ríos, poco se puede decir: pertenecían a la raza pampeana y tupí-guaraní del grupo de los chaná-charrúas; los guaraníes puros ocuparon el delta y en total todos ellos, no pasaban de unos 30.000 diseminados en la provincia. Nómades, sin casa ni techo, con poca vestimenta, armados de flechas, hábiles en la lucha especialmente de a caballo, al que habían adoptado desde que éstos fueron introducidos por los españoles. Libres y sin gobierno, de una libertad que no pudo abatir ni la pesada mano del conquistador ni la suave persuasión del misionero y, que a través de la sangre fue inoculada en el criollo, tan dispuesto a defenderse de ataduras patronales como de opresiones oficiales. Los últimos representantes de las tribus charrúas y minuanes se desplazaron hacia la Banda Oriental en su frontera con el Brasil y ahí fueron exterminados por el general J. Rivera a fines de 1830. De esta herencia india nuestro gaucho recibió el permanente individualismo, cierto afán desinteresado y valor para las gestas localistas y libertarias. En resumen: tan humilde para no esclavizar como soberbio para no admitir tiranos.

Durante buena parte de los siglos XVII y XVIII la situación comercial y económica de Santa Fe fue en extremo angustiosa por estar colocada tierra adentro, alejada del Río Paraná quedando al margen de todo intercambio comercial, sus habitantes debieron mirar hacia la banda oriental del Paraná, es decir hacia Entre Ríos, donde podían criar sus ganados especialmente mulas, que a buen precio se vendían en el Perú para el laboreo de minas, motivo por el cual fueron ocupando los buenos y feraces campos de Entre Ríos, siguiendo dos caminos: uno al Norte que los llevo a poblar Don Cristóbal, Algarrobitos, Crucesitas, llegando así al Paso Colorado del Nogoyá para formar «El Pueblito». Los que se orientaron hacia el Sur rumbo a Gualeguay por el Paso de «abajo» poblaron los campos que fueron de los Crespo, Larramendi, Candioti y otros vaqueros santafesinos y se extendieron sobre el actual departamento de Victoria -que pertenecía al partido de Nogoyá- situación que se prolongó hasta 1840 en que por decreto del gobernador delegado don Antonio Crespo se separaron. Los primeros pobladores del Pago de Nogoyá dieron nombres a sus arroyos, cuchillas, parajes, rinconadas, y de algunos quedan memorias por escrituras, papeles oficiales o decretos con comunicaciones de alcaldes; de ellos se pueden señalar: Don Cristóbal (en recuerdo del descendiente de Garay, General Cristóbal de Garay), en este pago y en Chiqueros se avecinaron Baltazar Antúnez, Juan Sola y su esposa María Retamal, padres de Don León Sola, tres veces gobernador de la provincia, Nicolás Correa, Feliciano Valenzuela, Secundino Sola, Francisco Bergara (de actuación destacada en los días de mayo), Vicente Britos, Antonio Arrúa, Bernardo Isaurralde, Isidro Saldaña (Abuelo de Fray Reginaldo), Bernabé Fernández, Antonio Romero, Andrés Corbalán, Olegario y Santiago Retamal, Gregorio Villanueva y Gregorio Niz. En Montoya y Sauce poblaron Teodoro Lencina, Juan Reyes, Manuel Echandía, Juan Arma, Juan Antonio Cardozo, que dio nombre al arroyo Cardozo y Ramón Ascúa. Por Algarrobitos fueron: Feliciano Godoy, Marciano Cabrera, Pedro Barrenechea, José Albornoz, Alejandro Díaz, Francisco Taborda, José Méndez, Joaquín Medrano y Regalado Velázquez. En las puntas de la Selva de Montiel ocupó campos don Pedro Mendizábal y en las costas del Vizcaino don Juan Broin de Osuna, más tarde comandante militar del Paraná. El solar de la ciudad de Nogoyá parece haber sido de Leandro Duré y Basilio Tolosa lindando con campos de Patricio Albornoz y de Javier Crespo. Los campos de Albornoz llegaban hasta el Arroyo Patricio (por su nombre). Por el Chañar tenían campos Justo Hereñú, (abuelo del Coronel Domingo Hereñú), Francisco Arismendi, Antonio Maidana, Pedro Enrique, Víctor Iparraguirre, Santiago Hereñú, Miguel Godoy, Joaquín Cardoso, José G. Cardoso, Vicente Zapata, Ricardo Francia, Manuel Gómez de Celis, Pedro Solís, Vicente Segovia, Eugenio Burgos, y Antonio Isaurralde.

En 1803 por disposición superior, los Curas Párrocos debieron levantar un censo de los Jefes de familias que habitaban sus respectivos partidos y en los ejecutados por las Parroquias de Paraná y Gualeguay, comprendiendo los pagos de Nogoyá arriba y abajo que le eran subrogantes, encontramos los siguientes nombres que realmente corresponden a un primer censo de personas de Nogoyá. Entre ellos se señalan los siguientes: Ignacio Berón, Petrona López, Bartola Berón, Fermín Cabrera, Bernardo Casco, Francisco Arismendi, Francisco Duré, José Velázquez, José Banegas, Juan Córdoba, Juan Medina. Alberto Osorio, Juan Aguirre, Mariano Ferreyra, Francisco Monzón, Nicolas Sandoval, Felipe Albarenque, Silvestre Barreto, Juan López, Jacinto Taborda, Bautista Medrano, Marcos Ramírez, Antonio Romero, José Corrales, María Saucedo, Lorenzo González, Juan Márquez, Victoria Vallejos, Manuel Moreyra, Bernardo Britos, Martín Vergara, José Franco, Juan Inojosa, Domingo Lozano, Juan García, Pedro Pablo Cardoso, Rosario Arín, Ramón Zanabria, Bernardo Rueda, Fernando Acosta, José Corbalán, Pascual Ojeda, Lucas Mansilla, Andrés Luna, Felipe Melo, Antonio Zoloaga, Francisco Lares, Esteban Saavedra, Adrián Esquivel, Lázaro Albornoz, Antonio Ríos, José Escobar, José Olivero, Ramón Montiel, Pedro Bazán, Mateo Ledesma, José Ovejero, Manuel Cepeda, Hipólito Duré, Gregorio Avalos, Pedro Samaniego, Teodoro Ledesma, Ponciano Vera, Julian Salinas, Andrés Gaitán, Roque Caballero, Carlos Reyes, Eloy Caminos, Teresa Ortega, Celedonio Cardoso y José Zapata.

CAPITULO II

  • Primeras autoridades, fundación de la capilla

A la creación del Virreynato del Río de la Plata en 1776 la Provincia de Entre Ríos contaba con escasa población diseminada en extensos campos casi todos reales, o en enormes feudos particulares cedidos a poderosos terratenientes; las estancias de Nogoyá correspondían a vecinos calificados de S. Fe. La autoridad civil en la provincia estaba representada por un funcionario, «El Alcalde de hermandad» residente en la Bajada, en 1782 se nombró a Santiago Hereñú primer juez pedáneo de Nogoyá. En el orden eclesiástico, la Bajada tenía desde 1730 iglesia con sacerdote mientras que en el resto de la Provincia a la creación del Virreynato que carecían de prelados, tal acontecía en los pagos de Gualeguay, Gualeguaychú y C. del Uruguay. El prolongado conflicto hispano-lusitano originado por la tenencia de la Banda Oriental y la costa Norte del Río de la Plata, -surgido apenas se iniciaron los descubrimientos y los adelantazgos y continuando en forma intermitente por casi tres siglos, tras el tratado de Tordesillas, San Idelfonso y La Paz de Utrech- demostraron a los reyes de España lo difícil de mantener la soberanía sobre la Colonia de Sacramento, Maldonado, Montevideo y las Misiones Orientales. Estas luchas coloniales agravadas por la participación de Inglaterra y Holanda llevaron al ánimo del rey Fernando VI la convicción de reforzar la frontera oriental de Entre Ríos que limitaba la zona disputada, levantando en ella pueblos que fueran defensa de la soberanía, para lo cual se encargó al nuevo Obispo de Buenos Aires don Santiago Malbar y Pinto recientemente designado, que conjuntamente con el virrey don Pedro Ceballos y Cortés dieran forma a esta real idea. En efecto, el Obispo Malbar y Pinto luego de arribar a Montevideo en febrero de 1779 pasó a Entre Ríos, donde visitó las Capillas de Gualeguay, Gualeguaychú, Arroyo de la China, San Antonio (ahora Concordia) y de ahí pasó a Corrientes, La Bajada, Santa Fe y Buenos Aires. En esta visita el prelado pudo ver la desamparada situación de los pobladores, especialmente en lo referente a la tenencia de tierras y predios -que en manos de poderosos terratenientes, no dejaban poseerlas a los modestos habitantes que las necesitaban para sus ganados y sembrados. En este orden de cosas el nuevo Virrey que lo era en 1779 Don José de Vertiz, americano, tan capaz, solucionó la situación de los primeros 40 vecinos de Gualeguay, que temerosos del propietario y comandante del partido don Agustín Wright, le solicitaban seguridad para sus tierras. Tras de asegurar estos derechos, Vertiz comunicó al Obispo Malbar su resolución de fundar la parroquia en Gualeguay, para lo cual designó al Presbítero Andrés Fernando Quiroga y Taboada, español de nacimiento que venía de desempeñar su ministerio como cura párroco en la Capilla Boliviana de Santa Ana en el Alto Perú. Quiroga y Taboada llegó a Gualeguay el 12 de noviembre de 1781. Con toda diligencia y con la colaboración pedida al vecindario reedificó la capilla en el sitio que había elegido el Obispo; no resultó esto de agrado a la población por lo que se produjo reacción popular, vía de hechos, golpes y magulladuras que el Sargento Mayor de Paraná don Juan Broin de Ozuna no atinó a resolver, elevando los antecedentes de la contienda al Gobernador de Santa Fe don Melchor de Echagüe y Andía; este funcionario ordenó al comandante del partido de Gualeguay don Agustín Wright que pusiera paz y elevó los antecedentes de la causa al señor Virrey quien el 27, de febrero de 1782 comisionó al Capitán de Dragones don Tomás de Rocamora tomara a su cargo la solución del pleito de Gualeguay y al mismo tiempo estudiara en forma total los problemas y las necesidades de la región, dándoles forma jurídica y autoridades civiles y eclesiásticas a las villas, a saber: La Bajada de Paraná, Nogoyá, Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China (C. del Uruguay).

Estas villas, que no tenían existencia legal o administrativa, ya eran aglomeraciones de vecinos con sus ranchos, pulperías, carnicerías, etc., es decir pequeños núcleos que con excepción de Nogoyá contaban en esa época con capillitas. La designación de Rocamora fue un acontecimiento acertado y de extraordinaria trascendencia para Entre Ríos; forma parte él, de la lista de los gobernadores españoles, ilustres funcionarios, que dejaron obras de beneficio para la provincia. Entre ellos podemos señalar a: don Juan de Garay, primer poblador e introductor de las especies ganaderas fuente de nuestra riqueza, a Hernadarias, gobernante de origen americano que sometió a los indios charrúas; al gobernador Vera Mujica que pobló las primeras estancias; al sacerdote Arias Montiel que fundó la parroquia de Paraná y su escuela; al veedor del Virrey don Joaquín Barquín explotador de las primeras canteras del Uruguay; al obispo Malbar y Pinto a cuyo aliento se debe la creación de las parroquias de las Villas entrerrianas. Tomás de Rocamora nació en 1740 en Granada, pueblo de Nicaragua, criollo por lo tanto, se trasladó a España donde siguió la carrera de las armas y vino a Buenos Aires con el primer Virrey Ceballos pasando luego a Montevideo con Vertiz, que lo designó comandante de Entre Ríos para beneficio de sus pobladores, actuando allí hasta el año 1806 en que pasó a desempeñar el cargo de gobernador de Misiones; al estallar la revolución de Mayo, le prestó acatamiento y le sirvió con su espada. En 1811 Belgrano lo incorporó a la expedición al Paraguay y en 1812 lo puso al frente del regimiento de infantería de Cívicos Blancos; meses más tarde se retiró del servicio activo falleciendo en Buenos Aires en marzo de 1819.

El pueblo de Entre Ríos esta en deuda de homenaje con Tomás de Rocamora, notable y visionario gobernante virreinal que amó a Entre Ríos, entendió a sus habitantes y propuso soluciones acertadas para sus problemas administrativos, sociales y económicos; agregando a todo esto, el haber sido el primero que en comunicación al Virrey Vertiz designó con el nombre de «El Entre Ríos» a estas regiones que tanto supo comprender. Llegado Rocamora a Gualeguay levantó sumario, estudio el conflicto entre una parte de los vecinos y el padre Quiroga y Taboada, antecedente que llevó a resolución del Virrey Vertiz, el que en marzo de 1782 suspendió a Quiroga y Taboada reemplazándolo por Fray Agustín Rodríguez. Imposibilitado el padre Taboada por esta resolución de poder seguir atendiendo su ministerio en Gualeguay, se traslado en el mes de julio a los pagos de Nogoyá «abajo» con el objeto de construir una capilla que funcionara como vice-parroquia de la de Gualeguay, y en tal sentido, a fines de dicho mes escribió a Rocamora comunicándole haber cumplido con tal cometido y fecho la carta en el «Carmen de Nogoyá». Los fundamentos legales y especialmente eclesiásticos de esta fundación, los había señalado el Obispo Malbar en carta a Quiroga y Taboada el 31 de enero de 1781 cuando le decía: «su curato comprende el Noboya de una a otra banda pero no la Matanza», por ese motivo al asumir el curato de Gualeguay, lo hizo con el titulo de «Cura del Gualeguay Grande y partido de Nogoyá». En este orden de cosas en los primeros días de julio de 1782, el padre Quiroga y Taboada reunió al vecindario del paso de Nogoyá «abajo» y de acuerdo con ellos procedió a edificar la capilla que levantó en el solar que actualmente ocupa la Iglesia de Nogoyá dejando el resto de terreno para cementerio. Por razones localistas los vecinos del pago de Nogoyá «arriba» (El Pueblito) no participaron de la fundación, ellos preferían seguir dependiendo de las autoridades y del cura de la Bajada. El lugar elegido por el Padre Quiroga y Taboada resultó acertado por estar situado en el centro de lo que sería más tarde el partido de Nogoyá y corresponder a terreno con agua cercana, rodeados de espesos montes que proporcionaron maderas para las construcciones y desde el punto de vista geográfico, estaba en el cruce de los caminos de Paraná a Uruguay y sus ramales a Gualeguay y la Matanza.

La cuchilla que eligió el padre Quiroga formaba parte del campo del vecino don Alonso Enrique, lindero de Leandro Duré y Basilio Tolosa. El primero, según la tradición, entregó sin pago alguno materiales para la construcción de la capilla por importe de ciento diez y seis pesos y 4 reales. El Padre Quiroga, hombre de acción y de hacer con sus manos, trabajó como albañil, para levantar la capilla, tallando la imagen de la Virgen del Carmen que todavía ocupa el altar mayor de la iglesia . El gobernador militar de Entre Ríos don Tomás de Rocamora, aprobó complacido esta fundación, nombrando al año siguiente a don Santiago Hereñú juez pedáneo con jurisdicción en todo el partido de Nogoyá.

Con estos acontecimientos podemos considerar a la Villa fundada legalmente, con autoridades eclesiásticas y civiles, iniciando Nogoyá una línea de permanente progreso, afrontando las constantes vicisitudes y luchas que los acontecimientos de la provincia y la Nación le depararon, donde los nogoyaenses tomaron determinaciones claras, acertadas y patrióticas. Al año siguiente, por traslado del padre Taboada, la villa quedó sin sacerdote hasta la llegada de fray Ignacio Sosa, que organizó independientemente de Gualeguay los libros parroquiales; fueron capellanes del Carmen, transitoriamente, los siguientes sacerdotes: Fray Francisco Vilches, José Priego, Angel del Rosario, Pedro Esquiro, Hilario Correa, Bernardo Oroño, Vicente Apari, y Basilio Millán -que permaneció varios años en forma intermitente- Mariano Cruz y José Vicente Añasco. Luego del curato de Fray Sosa, fueron capellanes en 1797 Fray Pedro Ximénez, Antonio Díaz, Pantaleón Robledo, Santiago Loza con quienes se inicia el siglo XIX; siguiéndoles Joaquín Salvadore, Lorenzo Isla, José Teodoro Lima, Antonio Pastor, Gregorio Ramírez, Agustín de los Santos, Manuel de la Torre, Clemente Maradona, Apolinario Guillem, Hermenegildo Bordony y el 9 de abril de 1807 llegó fray Miguel González que permaneció hasta 1815. Estos sacerdotes desempeñaron con fe y altura su misión espiritual y fueron los primeros maestros de la villa, seguramente por cultura y conocimientos también lo fueron médicos, pero sobre todas las cosas, fuentes de consuelo y saber.

En 1793 la villa tiene nuevo juez pedáneo en la persona de don Juan Sola, padre del futuro gobernador don León Sola. En el empadronamiento que se mandó practicar en 1788, seis años después de la creación de la capilla , con el fin de alistar las milicias del partido de Nogoyá, fueron censados 150 vecinos cabeza de familia y 2.000 habitantes más entre adultos y niños. Estas milicias mandadas reclutar por el Marqués Virrey de Loreto y a cargo del comandante militar Tomás de Rocamora, se organizaron en los cinco partidos de Entre Ríos formándose en Nogoyá dos compañías de caballería; la del partido de Nogoyá «abajo» tenía la siguiente oficialidad: capitán Santiago Hereñú, teniente Miguel Godoy, alférez Martín Hereñú, sargento Antonio Aurralde, sargento Roque Caballero, cabos Joaquín Arce, Feliciano Godoy, Tomas Aquino y Basilio Tolosa; tropa, cincuenta soldados de caballería. La compañía del partido de Nogoyá arriba (El Pueblito) tenía por capitán a don Tomas Barreto, teniente Pedro González, alférez Pascual Bergara; sargentos: Juan A. Retamal y Antonio Almeida; cabos: José Ignacio Bogado, Dionisio Moreno, Francisco Páez y Marcos Alcorta; tropa 38 soldados de caballería.

En 1786 el vecino don Juan Antonio García tomó las primeras disposiciones en el sentido que podríamos llamar de gobierno municipal, o mejor dicho edilicias; en tal sentido señaló la manzana para la plaza frente a la iglesia e indicó los rumbos de las calles que partiendo de la plaza marcaban los puntos cardinales. Sobre estas primitivas calles, lentamente se fueron alineando los humildes ranchos de barro crudo y techo de paja donde habitaron los primeros nogoyaenses; el poblado aparecía rodeado de espesos montes apenas cortados por las picadas o caminos que se dirigían a la Bajada, Gualeguay y Uruguay. En 1805 el pueblo se vistió de gala y estuvo de fiesta para recibir y agasajar al obispo de Buenos Aires don Benito de Lue y Riega, que llegó en mayo acompañado de su secretario, el Dr. José Francisco de la Riestra.

En estos primeros años la villa sufrió por falta de autoridades municipales, debido en gran parte al traslado de Rocamora ordenado por el Virrey Loreto, lo que impidió a aquél dar cumplimiento a la disposición del Virrey Vértiz, en el sentido de crear en Nogoyá el cabildo que le correspondía, tal como se había hecho con Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay; cabildos que en ese momento y por intermedio del nuevo comandante de Entre Ríos, Don Francisco de Ormaechea, dependían de las autoridades de Buenos Aires. Como resultado de estas circunstancias Nogoyá quedó en situación muy especial, casi diríamos sin autoridad, pues el Virrey Loreto no tomó resolución alguna sobre el pedido de Rocamora y este partido y la bajada siguieron dependiendo, por tradición, del Cabildo de Santa Fe. Tal desorden administrativo trajo numeroso pleitos, propios de las pequeñas villas, donde participaron vecinos principales como don José Francisco Taborda, Justo P. Hereñú, Pascual Bergara, Manuel Bergara, Lorenzo Moreira, Bartolo Godoy, Juan José Martínez y otros más.

En medio de pequeños acontecimientos y sin alternativas se deslizaron los años coloniales de la villa, vida simple y sin complicaciones; los trabajos se reducían a la explotación de la ganadería para la venta de animales en pie destinados a Santa Fe y de mulas que se arreaban al Perú; criándose estos animales en los montes que la rodeaban y de donde se extraía también madera y leña, que en parte transformada en carbón, se vendía en Buenos Aires. La gente era ruda y tosca, muy contados niños aprendían primeras letras y el catecismo bajo la paternal vigilancia de los capellanes que hacían de la iglesia el templo del Señor y la escuela. Nada más gráfico sobre el estado de la villa y sus alrededores que el informe de Rocamora elevado al Marqués de Loreto en abril 3 de 1785 en su segunda actuación como comandante militar de Entre Ríos. Dice Rocamora después de haberse referido al estado en que encontró las villas de Gualeguay, Uruguay y la Bajada: «si expuse a V.E. que el Paraná necesitaba justicia, arreglo y formalización, es más exigente esta necesidad en Nogoyá. En el mismo arroyo arriba, nunca se ha conocido la justicia: sus puntas han sido siempre un asilo de forajidos, porque contigua a Montiel, paraje muy encubierto y con ganados (que manifiesto a V.E. con separación) se comunican con él y burlan cualquier solicitud. En el día se frecuenta con más gauderio el paraje. Como las faenas de Paisandú en que empleaban algunos centenares de hombres y otras, seguro refugio de los malevos, se han disminuido notablemente; y como el Capitán don Félix de Rosales con fuerza y actividad, los campos desde el Uruguay hasta la Laguna todos los charqueadores, todos los contrabandistas, todos los perversos, no pudiendo continuar sin muchos sobresaltos su mal modo de vivir por allí se ven precisados a internarse por los mismos campos a los dominios de los portugueses o a acojerse a los Pueblos Tapes de las riveras del Uruguay, pero no siendo bien admitidos en los extraños, y regularmente mal acogidos entre los naturales, siguen el último recurso que es pasar el Uruguay por los pasos falsos que ellos saben, y se descuelgan por encima de la nueva villa de la Concepción, a buscar como el centro en la parte alta de estos partidos donde encuentran una vida para ellos feliz. Es todo aquel terreno de muchas leguas, generalmente montuoso, pero entre las puntas del Guayquiraró, río que emboca en el Paraná, y los del Mocoretá otro que desagua en el Uruguay, pasa mediando una cuchilla muy espaciosa descubierta, abundante de agua y pastos, (la propuse a la superioridad que reside en V.E. para una sexta población) donde los ganados alzados salen a despejarse de entre el monte y donde los aprovechan como algunos transitantes cuyos cadáveres se encuentran, los fugitivos de Misiones y de otras partes, desertores y otros tales que siempre se han fixado allí y a quienes se han agregado los nuevos huéspedes del día. Cuando sus necesidades le instan, esto es que les falta tabaco, yerba o cuchillo, bajan a la punta del Nogoyá donde a trueque de cueros de tigre y toro, celio y grasa se proveen y se retiran a su guarida o se mantienen allí jugando, fiados en el recurso que les ofrece el monte».

«Acaba de decirme uno de los que frecuentan aquellas espesuras, que la última vez que estuvo por allí, habiendo advertido 22 fogones, le parecía que debería ser mucha gente y siguiendo el rastro fresco alcanzó a ver al pasar de un arroyo, hasta diez mujeres y algunos hombres que él creyó en número, por lo que retrocedió antes que lo sintieran y cortaran». «En fin, Señor Excmo., dígnese V.E. creer que el tal Nogoyá arriba es un territorio indominado y de conciencia libre para toda maldad. El amancebamiento allí se extiende a común, sin que se reserve mucho parentesco. El hurto es su comer; las puñaladas son frecuentes y no raro los homicidios. En el poco tiempo que hace estoy en esta capilla, sé positivamente que un hombre dio a su mujer dormida tres puñaladas porque ausente él iba con otro. Hubo queja al comisionado, dio por bueno el hecho y el agresor allí se anda. Fueron al monte algunos, volvieron sin él un compañero, y dexeron que se había estrellado en un tronco; pudo ser muy bien pero ni se aprehendieron ellos, ni se buscó el cadáver para asegurarse del hecho; últimamente acaban de matar a dos hombres, sin que ninguno de estos casos, que yo sé por públicas, haya dado aviso aquel buen comisionado. Este es un rasgo del territorio que trato; para su mayor desorden poco antes que yo llegara, separó Ormaechea al Nogoyá del Paraná con quien siempre estuvo en unión. Separación intempestiva que no debió haberse efectuado hasta que se formalizara su población. Al fin, la dependencia del Paraná, les daba, aunque no muchas alguna sujeción; hoy viven sin ella...». Como se lee, la situación de nuestro Nogoyá, costumbres y estado dejaban mucho que desear.

Sin mayores sobresaltos sigue la apacible vida colonial con la quietud fecunda de la semilla que espera la hora propicia para eclosionar en magnífico futuro. Letargo apenas movido por noticias de la metrópoli, que agitaba la tormenta de la revolución francesa y sus guerras contra los reyes en el vasto campo de Europa, sembrando revoluciones que se concretaron en la declaración de los derechos del hombre, con impulso tal, que tambalearon los tronos y los privilegios. La aparición deslumbrante de Napoleón, unciendo Europa a su corcel de guerra complicó la situación dinástica de España que se colocó contra Inglaterra; motivo por el cual se producen las invasiones inglesas del Río de la Plata, acontecimiento que trueca el rumbo de la colonia y de los criollos al dar a éstos la posibilidad de medir sus fuerzas y adquirir noción de soberano valer. Algunas milicias de Entre Ríos, especialmente el regimiento Urbano de C. del Uruguay completado con soldados del interior de la Provincia, algunos de Nogoyá, marcharon a la plaza de Montevideo a reforzar las fuerzas locales que se aprestaban a rechazar la segunda invasión inglesa. Los jefes fueron: capitán Juan Vilches, comandante Josef de Urquiza (padre del general don Justo José), teniente Ramón Piña y sargento Juan Antonio Centurión. Se conserva el nombre de algunos de estos gloriosos soldados nogoyaenses que junto a los hermanos del virreinato lucharon contra los ingleses. Son ellos: Josef Correa de 30 años, casado; Lucio Barrios de 32 años, soltero; Dionisio Moreira de 27 años, casado; Romualdo Escudero de 24 años, soltero; Miguel Gerónimo Nuñez de 24 años, soltero; Manuel Moreno de 30 años, casado y Policarpo Ramírez de 34 años, soltero.

Aunque resulte difícil afirmarlo dentro de la posibilidad de documentarse, parece que por el año 1803 se modificó la sencilla capilla o se edificó una nueva casa para la Virgen del Carmen. Tal consigna el Prof. Segura en su libro «Historia de la Virgen del Carmen de Nogoyá». En cuanto al comercio y la industria en la época española de Nogoyá poco se puede decir. Villa Central, sin ríos navegables ni caminos, rodeada de selvas, formando apenas una minúscula parte del virreinato que por aberración de la época y de las ideas imperantes en los círculos oficiales de España, estaba sometida a un estatismo simple, determinante del monopolio real que coartaba toda iniciativa privada y por lo tanto haciendo languidecer el comercio y las finanzas. El intercambio exterior se formaba por la exportación de cueros, cerdas y cebo, productos que podían resistir los inconvenientes de la navegación sin frigorífico.

Como ejemplo característico de las ideas imperantes, el gobierno español había prohibido la introducción y la fabricación de monedas en las colonias; se penaba severamente traer dinero del Potosí al Río de la Plata y la misma sanción recibía la comercialización de artículos de oro y plata. Todas estas medidas arbitrarias estimulaban el contrabando, única forma de poder dar solución a las necesidades naturales de intercambiar cosas aún para la vida más elemental; así es que en especial en las zonas fronterizas como en Entre Ríos, se desarrolló un abultado comercio prohibido que atendían los ingleses, portugueses y holandeses.

La posición geográfica de Entre Ríos entre las importantes ciudades comerciales de Buenos Aires, Colonia y Montevideo, permitió a nuestros ganaderos tomar una buena ocasión para comerciar sus productos en forma clandestina. En cuanto al valor de lo que la tierra producía por estos pagos de Nogoyá, puede decirse que a mediados del siglo XVIII un toro valía cuatro pesos, un buey tres pesos, una vaca 20 reales, una yegua tres reales, una ternera doce reales, un caballo dos pesos, una mula de dos años dos pesos, una oveja un real; en cuanto al precio de los campos, que se calculaba por leguas, oscilaba de cincuenta a cien pesos cada una.

El comercio local de menudeo vendía leña a cuartos la vara, por reales la sal, harina, tabaco, yerba, azúcar, alcoholes, armas, especialmente cuchillos. Las «pulperías» fueron lugares de carreras, corridas de sortijas, riñas de gallos, cancha de taba y lugar de juegos de naipes; fiestas que duraban varios días en las cuales el «paisanaje» lucía destreza y valor.

En los primeros años del siglo XIX la villa conoció un moderno medio de locomoción de pertenencia del vecino Francisco Candioti: se trataba de una galera de eje de madera dura con sólidas ruedas sin llantas, con caja cerrada por los cuatro lados con ventanillas para aireación; vehículo especial para vadear el arroyo -que no tenía puente- y que se cruzaba por el vado del Nogoyá «abajo».

En 1808 fueron modificadas las autoridades civiles y don Francisco Bergara, comandante de milicias y vecino afincado en dos Cristóbal, fue designado para ocupar el cargo de Alcalde titular del partido de Nogoyá y el vecino de la villa y poblador del pago de Algarrobitos, don Pedro Celís, recibió el nombramiento de alcalde suplente. A estos funcionarios les correspondió lucida actuación en los años de la gesta de Mayo -que dio a los argentinos patria con libertad.

 

Dr. JUAN BAUTISTA GHIANO

NOGOYÁ

EN EL HISTORIAL

DE

ENTRE RÍOS

Es una reedición del original editado en 1950

 

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