Parana - Puerto Sanchez

Muchos paranaenses, de gurises aprendimos a amar al río. Algunos le debemos a Puerto Sánchez esto de echar anclas en los sentimientos. Costero rincón, acurrucado al pié de la barranca, ámbito, en nuestra  lejana niñez,  de gente humilde, tranquila y laboriosa.
Por aquellos tiempos las casas estaban, en su casi totalidad, construidas con varas de sauce, aliso, paja y barro. Con mis primos aprendimos los nombres que la gente daba a cada uno de los elementos y materiales con que construían sus viviendas: horcón, costanera, cumbrera, tijera, paja y capipotí. Resignada pobreza criada a remo, palanca, mallón y botador.
Aferrada al pié de la barranca vive allí doña Dominga Ayala. Acaricia sus soledades el recuerdo de su buen compañero y para más,  tocayo don Almada, baqueano como el que más, viejo timonel de su andariega chalana “Natividad”. Mujer valerosa. En la sacrificada precariedad de la vida islera enseñaba a sus hijos a escribir y a hacer cuentas. Pero  en la arena. Ni lápiz, ni papel. Nada. Así y todo constituyeron un noble hogar, un templo a la amistad y a la vida simple y solidaria. Sencillito nomás. Y sin alardes.
De chiquilines nos gustaba contemplar a los chajás, nutrias y carpinchos criados en las casas. Guachitos sin remedio. No les quedaba otra que acompañar a los humanos.  Ayudaban a soportar penurias. Pervive aún el recuerdo de don Galli, el aguatero, de Herminio Jiménez, constructor de canoas y prolijo calafate, de Pedro Hernández y  su señora doña Ambrosia, de Lallana, de “los Felay”, de Sandalio Britos y Emilio Villalba, todos de recia estirpe espinelera. Pescadores “de los de antes”. Había tantos…
Don Linares Cardozo amaba ese lugar. Tenía un rancho asentado al pié de labarranca. Al frente lucía un cartel que algún gracioso allí colocó. “Acäguasú”, rezaba con singular caligrafía. En guaraní significa “cabeza grande”. Quien conoció a nuestro gran referente del cancionero entrerriano se podrá dar cuenta de la pincelada certera del bromista. Las historias ocurridas en  este rincón costero ocuparían volúmenes: “Que porqué no busco rumbos, / porqué aguanto este arenal/ apretujáu y a los tumbos/en esta franja fiscal”.
Carecemos de la facilidad de poder  expresar por escrito  tantos sentimientos y nostalgias… Para los literatos y en especial para los poetas, para ellos sí es posible. Linares Cardozo lo logró. Plasmaba en la tela, en el verso  y en el canto su amor por el río, ese coloso silencioso que nos inunda el alma. Y por la gente del ambiente fluvial: la maternidad  humilde y silenciosa de “la Minga” le conmovió el corazón.  Así surgió la “Canción de Cuna Costera” que, de la mano de Los Fronterizos dio vueltas al mundo. Ella solita nomás se dio maña para componer sus propios
versos: “Puerto Sánchez está triste / tu barca quedó encostada / pescando estrellas del cielo / andarás Domingo Almada”. Más tarde les pondría música “el Zurdo”, conocido hijo del Polo Martínez, gran personaje que se dio el lujo de partir con destino a “la Tierra sin Males”  el mismísimo día de su cumpleaños.
No era fácil vivir meses y meses colgados de la barranca cuando arreciaban las crecientes. Abundancia de agua en el río. Chupìn de surubí, chirle y pobrón  en los improvisados fogones. Marcelino Román no le fue a la saga a don Linares: “Laboriosa pobreza arrinconada/refugio entre barrancas y río y arboledas/donde se pierde el boulevar Alsina/ y la vida se agacha en la ribera.”   
“Canta la sangre en el río, /la antigua sangre del Paraná, /cuando enciende sus velitas / en el Puerto Sánchez el dolor minuán”.  La pluma de Héctor J. Deut cala certeramente. Alcanza las  fibras de los sentimientos hondos. Saca a flor de la emoción soterradas percepciones y recuerdos. Al  todo  lo pinta entero, sin vueltas. Apunta a lo que más conmueve: al taciturno sufrimiento de una raza, desterrada en su propio suelo. La de los borrados orígenes, la de los hombres y mujeres de piel cobriza. Los eliminados de la historia.
Callado y hosco mensaje el que viene de los orígenes. Como camalote flotaba en el aire, en el canutillal ribereño, en las huidizas miradas del color de la  tierra, en el humo acre y azulino de los fogones barranqueros. Recuerdos que  marcan a fuego, que laceran, que corroen al alma. El golpe acompasado de un remar resignado, el silbido apenas audible en la oscuridad de una noche sin estrellas. Golpear del oleaje en el taco de proa, ruido de bancadas toletes y bicheros, el coletazo rabioso de algún sábalo exhalando su último estertor en el plan de la canoa. Flechazo de yarunga agazapada en el catayzal, sanguinolentas despedidas del sol tras el horizonte lineal de las islas y el repechòn cansado de algún  palanquero viejo cargando en el hombro su mercancía de siglos. Un mundo sideralmente alejado del ciudadano vivir que en la  confortabilidad de su existencia  ignora las  realidades viscerales de los hombres del río. No muchos como Jorge Méndez, en nuestra época de vértigos y “tecnologías de punta”, llegan a reflexionar más allá de su objetiva condición…”no puedo vivir feliz/ mientras hay pobres/ que siendo más que yo/ no tienen nada.”
“La vida pasa como rejucilo”, decía don Matos. (Los vecinos, chistosos ellos, le habían puesto ese apodo. Su nombre verdadero era Maternidad. Por alguna razón incierta lo bautizaron de tal modo). Es cierto. La corriente del tiempo todo lo cambia. A su medida. Desde sus orillas, agachamos la cabeza frente a su poder irrefrenable, contemplamos pasar el caudal de la vida. Con ímpetu sin parangón arrastra hoy  nuevos y distintos rumores. Ya no se escucha en los anchos horizontes fluviales el grito islero. Sin pacú, sin manguruyú, poco sábalo, poco manduvé, poco rinde en la pesca. Sin “Ticona” Argüello, sin  El Morro con su vieja casona plagada de embrujos y  leyendas. Ni quincho, ni palanca, ni sogaleno ni esparravel. “Ni tararira, ni boga, ni armáu/ decía el rengo Cipriano/ y carneaba ternero ajeno/ con un cuchillo bien afiláu”: en la costa nunca falta alguien que le ponga humor hasta a los dramas. Y hasta al hambre.
Se fueron Rotela y doña Angélica Sánchez. Se fue Claudio Villaba. Ni qué decir de los bailes bravos del Thompson donde los entuertos no se dirimían precisamente con la vaina.
Hoy, ambiente de globalizaciones y de nuevas modas y formas de vivir. Circunstancias distintas de esta vertiginosa historia que no se puede negar y menos aún torcer el rumbo. Y que algunos mienten que llegó a su fin.
En la isla, conversando en rueda de amigos, soñamos a menudo. Tenemos intuiciones. Percibimos aún  en el aire y hasta encarnado en nuestra gente un colosal  desafío: el porfiado, terco, inclaudicable de  preservar lo esencial: el amor y la fidelidad a ese mensaje tímido, silencioso y abismal que de alguna manera nos sabe trasmitir la tierra: “No dejes que tu corazón olvide en lugar en que naciste. No te alejes de tu gente y de tu pago. De mí procedes. A mí finalmente retornarás. Engendro el milagro de la vida. No me agredas. No lastimes el recuerdo de tus ancestros. Transmite este mensaje  a la memoria de tus hijos”.  
Padre de las aguas, cuando el mundo y el hombre dejen de ser mercancía, volverán a discurrir, hombre y río, pájaro y nube, serenos por la espina dorsal de esta América planetaria, tan honda, tan sentida. Esa que con geológica  paciencia de siglos mil veces cae y otras mil se levanta. Porque aún así,  sigue esperanzada.

(*) Museo Islero “El Biguá” -  Asociación Ambientalista Islote Municipal, Paraná -

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