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Historias de Entre Rios - Villaguay 1918 (Parte 2)

Viceversa, se trataba de una amable invitación del director de «El Orden», diario radical, que en la redacción habia convidado unos amigos para pasar un rato agradable en obsequio al transeúnte. 

Yo también tenía que hacer política, repartir sonrisas, medir palabras... ¿y por qué no?... Cuando uno se ve blanco de tantas y tan finas atenciones, debe evitar lo que pueda ser molesto a los que lo distinguen. 
Llegan al punto los vecinos de Villaguay, que si un forastero se queda sólito en la mesa de un café, contemplando aburrido a los que se divierten, se le aproximan para invitarlo a un partido, a algo; parece como si tuvieran miedo de que se fuera guardando mala impresión del pueblo. 

— ¿El señor ha visitado nuestra escuela? Como la de Uruguay... Muy linda: Un edificio notable... Según dicen todos, ¿no? Claro que en las grandes ciudades habrá mejores... También tenemos un hospitalito... no gran cosa, pero que llena las necesidades del pueblo 30 camas... y una sala de operaciones que 
no la pueden tener mejor en otras partes. Está al cuidado de los doctores Egües y Castro... 
Un Club Social... ¿ Quiere que lo acompañemos al Club Social? Allí mismo está instalada la Biblioteca Popular, bastante concurrida, sí Señor, y con mucho material de lectura... 
Por supuesto, no pude evitar una visita original. 
En cada ciudad hay unos tipos caracteristicos, populares, y éstos parece que le toman el olor al corresponsal de una revista y se vicien solitos a saludarlo, como lo hizo un joven mas conocido en Villaguay que el mismo Campanario de la municipalidad. 
Me encontraba conversando con el señor Moisés Israel y se me aproxima un mozo de gorra, bufanda y sobretodo, campanilla de regular tamaño en la mano derecha y un paquete de programas de cinematógrafo, 
— ¿Usted es?... Tanto gusto... Yo soy Juan Moreira (hijo)... 
Ah, muy bien... 
-Cuando quiera visitarme, mi casa queda del Banco Popular, a media cuadra... Hasta luego.

El hombre vive en una piecita al lado de un garage, una piecita que se parece a un salón de lustrabotas por la abundancia de reclames, que tapizan las paredes. Un catre; dos banderas, una argentina v la otra española, desplegadas; retratos del" Presidente de la República y de los señores Marcó y Miura; unos cuantos sombreros y una galera para las grandes ocasiones... Entre las dos banderas don Justo José Urquiza, libros los más disparatados y que, dice él: «los estudéo siempre en cuanto dispongo de un momento». 
— ¡Así que sabrá usted muchas cosas! 
— He estudiado medicina, astronomía... los seguros de La Continental; yo sé hacer de todo: carpintero, herrero, mecánico, sé montar molinos a viento, cavar pozos semisur... semisugerentes, y tengo 32 medallas ganadas con motivo de mis conferencias. .. No crea... Me han ofrecido el puesto de interventor en Corrientes... Me siento preparado y ahora entre nosotros, — ¿por qué he de callar?,  si me vinieran a proporcionar el cargo de Presidente de la República lo aceptaría no más... 
No sé a quién se le habrá ocurrido, pero es un hecho que le mandaron al pobre Moreira el nombramiento de interventor, y él se fué muy preocupado a ver al señor Mollajoli, un boticario de aquí, confiándole la noticia y rogándole encarecidamente de aceptar un ministerio, pues a esta sola condición se resolvería a hacerse cargo del puesto. 
Sin embargo, su especialidad son las conferencias y la educación popular. 
— Yo no tomo, ni fumo, ni ando por ahí... 
«Estudéo»... ¿Y no le parece una vergüenza, señor, que niñas que van a la escuela pierdan; el tiempo en amoríos, en cartitas a los muchachos?... ¿Dónde vamos a parar? Quisiera ser inspector general de escuelas... Me iría, disfrazado a los colegios, rengueando como un infeliz para verlo todo sin que nadie sospechara 
de mí, y luego me presentaría a las maestras:—¡Miren quién soy yo!... ¿Les parece que esta es la forma de educar a las criaturas?... Ah, ah, ah, ah... Así se 
agarran mansitas las maestras... No hay más que hacer 
Lo que tiene Moreira es que es algo pegajoso, y cuando se le escucha con deferencia pierde la noción del tiempo, lo que, por otra parte, sucede a otros oradores 
en el Congreso.


Una tarde se vino al hotel, y como en mi pieza había reunidos unos seis o siete respetables vecinos, pensó que esa era una oportunidad para hacerse ver y se 
desató con una oración que si se hubiera pronunciado en la Cámara, cualquiera hubiera creído que se trataba de hacer obstruccionismo. 
Suerte que el hombre tiene instintos de legislador; a un cierto punto me prendí de la infaltable campanilla que siempre lo acompaña y toqué desesperadamente; 
Él orador callo al momento y recibió muy complacido los plácemes por su lata oratoria: 
— ¿Cómo dijo? 
Repetí la palabra que lo había impresionado y él la apuntó cuidadosamente. Sin duda abusará de ella en la primera ocasión. 
En la Sociedad Italiana de Villaguay, fundada el año 1878, existe un precioso recuerdo del general Garibaldi. Se trata de un revólver antiguo con todos sus accesorios, que perteneció al general, y que fué regalado por él mismo al teniente Adolfo Piriz, que fué de los que tomaron parte en la batalla de San Antonio, librada el 8 de febrero de 1846 en el Estado Oriental. 

Esta arma fué regalada por el teniente Piriz al señor Julio Mollajoli, antiguo y respetado vecino de ésta, quien a su vez la regaló a la Sociedad Italiana, de la que fué presidente por largos años. 

Desgraciadamente, los que han servido a la patria, no siempre gozan siquiera de una vejez tranquila y al amparo de las necesidades. 

Más bien pasan miseria y andan mendigando el pan sin que la muerte se acuerde de ellos, empeñada como está en cosechar vidas jóvenes, tronchar flores lozanas en todo su esplendor.  
Es curioso el hecho que mientras por estos pagos, en el interior de Entre Ríos, se encuentran a decenas los octogenarios y los centenarios, por otro lado, la tuberculosis hace estragos y es una de las principales causas de defunción, especialmente entre el elemento pobre. . 

Tal vez la causa de esto deba encontrarse no tanto en los malsanos ranebitos donde vive apiñado el pobrerio, pues la vida al aire libre que llevan los chicos en cierto modo compensa las deficiencias de las viviendas, cuanto en la alimentación de todo punto inadecuada de las pobres criaturas. 

Familias enteras ocupan ranchos de paja y barro y se resisten al trabajo, que podría proporcionales cierto bienestar.. 

Es muy difícil encontrar sirvientas en estas alturas, y si alguna vez se resuelven a servir, una vez repuestas del estado de debilidad en que se encontraban por escasez de alimento, se van otra vez. En los hoteles hay mozos, no sirvientas. 

Hay métodos de vida menos pesados y casi agradables que dan sus frutos después de cierto tiempo. Y de esta manera se llenan los ranchos de niños, que no pueden ser criados fuertes y robustos como era posible en otros tiempos, cuando los artículos de primera necesidad estaban al alcance de todos los bolsillos y especialmente la carne se conseguía por nada. 

Hoy carne y pan son artículos de lujo, y los niños pobres están sentenciados a ser víctimas de la bacilosis. 

Y tal vez sea esta la razón del fenómeno porque en Basavilbaso, por ejemplo, donde las condiciones higiénicas de las viviendas son análogas a las que se encuentran aquí, la tuberculosis no se desarrolla con tanta fuerza, pues los judíos se curan en salud, usan tónicos, acuden al médico por cualquier 




Volviendo a los servidores de la patria, me impresíonó aquí un pobre viejo, ciego, que encontré sentado delante de la entrada del Hotel con un chico que le servía de guia. 
— ¿Cómo se llama usted? 
— Juan Manuel Fernández, señor. He nacido el año 23, el día de San Juan, asi que he cumplido los 95. 
— ¿Ha. sido soldado usted? 
— Sí, señor... Empecé en el año 40 a servir a la patria; estuve en Cepeda y Caseros, serví con Crispín Velázquez, Joaquín Gamarra, Laureano López, Ventura Goré Sabían llamarme «yaguareté cora». Soy correntino, pues. 
— ¡Y cómo se la pasa, amigo?.. . 
— Ya lo ve... Pidiendo limosna... Ciego, inútil, sin un medio, sigo viviendo mientras haya quien no se canse de darme de comer... 
— ¿Y qué hace por acá?... 
- Me mandó la jefatura... Dice que hay un señor que se interesa por nosotros los viejos... ¡No será usted?... 
— Soy yo... Bueno Hoy tendrá usted como vivir... sírvase... 
— Muchas gracias, señor Mañana puede que Dios vuelva a acordarse de mi, de «yaguareté cora». 

DR. A. VACCARI

Villaguay, junio, 1918.

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