Leyenda Las Azucenas del Bosque
LEYENDA LAS AZUCENAS DEL BOSQUE
Hace muchos, muchos años, habÃa una región de la tierra donde el hombre aún no habÃa llegado. Cierta vez pasó por allà I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.
Como uno fuera blanco, lo llamó MorotÃ, y al otro Pitá, pues era de color rojizo.
Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.
Asà lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivÃan las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raÃces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.
En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir.
Un dÃa que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecÃa querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas.
Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producÃan las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.
Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarà (cerdo salvaje - jabalÃ) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.
Al ver que Pitá habÃa encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotà le pareció apetitoso, y la probó. No se habÃa equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.
Desde ese dÃa desdeñaron las raÃces y las frutas a las qué habÃan sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.
La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros. En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creÃdo posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor punterÃa... todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos.
Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y MorotÃ, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.
Tupá decidió entonces castigarlos. El los habÃa creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habÃan sabido corresponder a favor tan grande y debÃan sufrir las consecuencias.
El castigo servirÃa de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los habÃa puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.
El dÃa siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacÃa estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como vÃboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios dÃas. Todos vieron en esto un mal presagio.
Después de tres dÃas vividos en continuo espanto, la tormenta pasó.
Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca.
Era I-Yará que habÃa tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá.
Llamó a todas las tribus de las cercanÃas y las reunió en un claro del bosque. Allà les habló de esta manera:
Tupá, nuestro creador y amo, me envÃa. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!
Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y tos que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertÃan en un tallo que crecÃa y crecÃa ...
Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurrÃa, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotà (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos.
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