Santo Tome - Historia de la Estancia 1666 a 1767

LA ESTANZUELA  de SANTO TOMÉ  de 1666 a 1767 


Debido al ataque constante de los indios y a las periódicas inundaciones, los vecinos de Santa Fe decidieron trasladar la ciudad al sitio en el que actualmente se encuentra. Fue entonces, que los padres jesuitas fundaron una nueva estancia, muy próxima a la nueva ciudad. Ya poseían las tierras de Timbúes compradas a Miguel Martínez de la Rosa en 1662 (hoy Desvío Arijón). A Doña Isabel Cortez de Santuchos y a doña María Avila Salazar les compraron las tierras que hoy forman la ciudad de Santo Tomé y la localidad de Sauce Viejo, hasta pasar el pueblo (Curva Fraga). El Gobernador Vera Mujica les entregó media legua desde el arroyo Los Padres hacia el norte, hasta el límite sur de Avila Salazar. Y por último la compra hecha a don Matías Nuñez de Añazco de tres cuerdas de tierras, pobladas con ranchos, corrales y haciendas, en Timbúes, (del arroyo Los Padres llamado en la época de Simón Martín, o laguna de Simón Martín para el sur).

En sus primeros años no tenía nombre, pero más tarde se la llamó “La Estanzuela Santo Tomé” nombre que se debió al apóstol Santo Tomás del cual los jesuitas eran devotos, y no a Santo Tomás de Aquino, patrono de la ciudad de Santo Tomé, y que fuera elegido por el Obispo Gelabert el 7 de marzo de 1897.

“Santo Tomé” tenía como límites, al norte, las antiguas encomiendas del difunto López Vargas, al sur, el arroyo de Simón Martín o Los Padres, por el este, el río, y por el oeste la propiedad de don Juan José de Lacoizqueta.

La nueva estancia poseía; tierras altas, más altas que las de la ciudad recientemente trasladada, fértiles, los montes de algarrobos y espinillos brindaban abundante leña, el camino real la comunicaba con el puerto de Buenos Aires y con la ciudad de Córdoba, el río facilitaba el transporte de mercaderías, seguro y rápido, las islas, suculento alimento para el ganado. En ella se concentraba el ganado que vaqueaban de la otra banda del Paraná, (o sea de Entre Ríos) y las mulas que traían de la estancia de San Antonio con destino a Córdoba y al Perú. Apenas los vecinos dejaron la ciudad vieja para instalarse en la nueva, los padres se ofrecieron a hacer el abasto de la carne, pues ya tenían algunas instalaciones.


La Estanzuela tuvo un casco principal, Santo Tomé y tres puestos, “Doña Blanca”, “Las Yeguas” y “La Loma”.

El casco estaba ubicado en Santo Tomé, actualmente en las manzanas comprendidas entre las calles Derqui y Gaboto donde topa Belgrano. Para los que conocen la ciudad de Santo Tomé, es en la cercanías de la iglesia “La Sagrada Familia”.

En el año 1684 la Estanzuela ya contaba con una capilla, según consta en los libros parroquiales de la iglesia Matriz de Santa Fe, en la que el padre Rector del Colegio, Luís Gomez bendijo un casamiento.

En 1710 los abipones llegaron con sus tropelías hasta la estancia de Santo Tomé, incendiando sus instalaciones y robando cabezas de ganado.

En 1712 los jesuitas abandonaron las estancias del Salado Grande y San Antonio fue despoblada, fue entonces que Santo Tomé, se convirtió en el principal establecimiento rural de la Compañía de Jesús; el estado de su hacienda en ese año fue 200 caballos, 32 bueyes, 14 vacas lecheras, 2.026 ovejas y corderos, 1.223 cabezas de ganado y 150 yeguas de cría, más una manada de 20 yeguas. Ese mismo año se inició la construcción de la nueva capilla, reemplazando un viejo edificio del que hay referencia ya en 1684, esta medía seis varas de largo, las paredes eran de adobe crudo y cubierto de paja; en febrero del año siguiente se facilitó al herrero el material necesario para los herrajes de su puerta, y en 1725 se compró una campana nueva para la torre; en su interior había un altar con un cuadro de Santo Tomás de cuerpo entero y algunas imágenes de bulto, Nuestra Señora con el Niño, San José y San Miguel. La residencia, próxima a la Iglesia tenía 13 varas de largo, con paredes de adobe crudo, con galerías al este y al oeste, tenía sala y aposento, aparte una cocina, el costo de estas obras fue de $ 275, y fueron realizadas por los indios de las reducciones jesuíticas que se trajeron en nueve balsas por el Paraná.

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