La Leyenda del Sauce
La Leyenda del Sauce
El sauce... es un árbol que crece a orillas de rÃos y arroyos, sus hojas alargadas tornan al conjunto una forma no muy atractiva, y con muchas ramas colgantes, pareciera ser la melena indomable de un mencho de mis tierras.
Su madera se usa en carpinterÃa y los hay de diferentes variedades.
Se cuenta… que juntito al rÃo Uruguay vivÃa una comunidad de guaranÃes cuyo cacique era un hombre justo y valiente, y tenÃa una hermosa hija, su nombre era IsapÃ.
Todos querÃan mucho al cacique, no asà a su primogénita. Isapà era engreÃda, altanera y tan dura como una roca, toda su belleza se esfumaba al verla actuar, es más, muchos no la querÃan, si no que recelaban de ella, le tenÃan miedo y huÃan al verla aparecer.
Isapà tenÃa corazón de mármol, por eso nadie jamás la habÃa visto derramar una lágrima, incluso al perder a su madre, ella habÃa dicho que era ley de la vida.
En un lejano invierno, en que las lluvias se hicieron más frecuentes de lo habitual, el rÃo creció de tal forma que arrastró cuanto se interpusiese a su paso.
El furioso torrente arrancaba árboles y arrastraba animales, todo lo inundaba.
Los hombres estaban temerosos, los niños y las mujeres lloraban, IsapÃ, sin embargo, permanecÃa indiferente al sufrimiento de sus hermanos.
Tan indignados estaban con la conducta de la muchacha que el consejo de ancianos reunidos junto al fuego, le pidieron al brujo de la tribu que consultara a Tupá, el Dios hacedor, y le preguntara por un castigo para encausar a la joven.
El brujo atento, recibió la respuesta, si no cambiaba su conducta, el castigo que recibirÃa serÃa más que aleccionador.
Pasaron las lunas y otro invierno llegó, y con el invierno llegaron las lluvias más intensas que las anteriores, esta vez creció con tal fiereza el rÃo, que no solo se llevaba árboles y animales, sino que también a los mismos habitantes.
Tal era la creciente, que debieron huir a los montes y treparse a los árboles para que el agua no los arrastrara, a pesar de eso, hubo muchos desaparecidos, la misma Isapà logró salvarse por milagro.
Gritos y lamentos poblaban la región, IsapÃ, a pesar del dolor que albergaba el corazón de su gente, seguÃa sin ablandarse, impermeable al dolor.
Lágrimas y lamentos se oÃan y veÃan por la tribu dispersa, y se tornaban lúgubres junto al paisaje de nubes grises y el rÃo desbordante.
Pero no solo la creciente y el frÃo torturaba a la tribu, también las alimañas que escapando de las aguas, se topaban con la gente.
Cierta vez una joven madre trayendo un pequeño en brazos y suplicando le pidió ayuda.
¡-IsapÃ!, ¡IsapÃ! ayúdame-, rogó la mujer, - un alacrán ha picado a mi pequeño mientras buscaba agua en el rÃo-.
-¿Qué, qué?, no es mi culpa que tu descuides al pequeño- , y dándole una furiosa y helada mirada, se marchó sin más.
Fue entonces, cuando el brujo oyó aquellos gritos desesperados, y acudiendo en ayuda de la mujer, se cruzó con la inhumana IsapÃ.
Sin perder tiempo y utilizando una hierbas en forma de emplasto, logró curar al pequeño.
Cansado ya de la actitud de la impiadosa joven, le pidió a Tupá que hiciera tronar su escarmiento.
IsapÃ, como siempre indiferente a todo, descansaba inmutable a orillas del rÃo.
Al caer la tarde, cuando la luna empezaba a mirarse en el rÃo, decidió volver a lo que quedaba de su tribu, quizo incorporarse pero para su sorpresa comprobó que le era imposible moverse, horrorizada sintió que sus piernas y brazos se endurecÃan, de sus pies crecÃan raÃces que se sujetaban a la tierra y de sus brazos rÃgidos, como implorando al cielo crecÃan ramas y de ellas hojas finas, alargadas y verdes.
De lo más profundo de su ser, ensayó un grito que apenas si murió en un gemido entre sus labios, como último acto, Isapà dejó correr pesadas lágrimas, la bella Isapà convertida en árbol ahora podÃa llorar.
Ese es el árbol que hoy conocemos como sauce y que aún llora recordándole su inhumana conducta.
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