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Parana - El Inolvidable Puerto Viejo - Parte 3

Panoramica del Barrio Puerto Viejo

RELATOS DE VIAJEROS Y VISITANTES

Parana - El Inolvidable Puerto Viejo - Parte 3

Puerto Viejo Parana

Las primeras representaciones. Relatos de viajeros en orden cronolĂ³gico.

Interesantes observaciones de esta zona, nos ofrecen los escritos de algunos viajeros, que en diferentes momentos histĂ³ricos pasaron por estas costas. Estas representaciones que en su mayorĂ­a, forman parte de los diarios de navegaciĂ³n, son un valiosĂ­simo testimonio para vislumbrar la peculiaridad del poblado y el incipiente movimiento portuario. Es interesante contrastar algunos fragmentos de las noticias que escribieron estos extranjeros que pasaron por la Baxada.

El CapitĂ¡n de Fragata español don Juan Francisco Aguirre escribiĂ³ el 19 de enero de 1784:
“Este pueblo o Capilla de Nuestra Señora del Rosario de la Bajada, estĂ¡ distante del Puerto a dos millas al 2º cuadrante, situaciĂ³n bastante desgraciada, habiĂ©ndose podido fundar sobre la misma barranca que es hermosa…”
En este comentario se observa una crĂ­tica a la ubicaciĂ³n geogrĂ¡fica. Es evidente que su perspectiva militar le hace dudar sobre la estrategia de la instalaciĂ³n del poblado, pero tambiĂ©n es sabido que muchas de las poblaciones instaladas sobre las barrancas, debieron mĂ¡s tarde, ser llevadas tierra adentro, ya sea por los desmoronamientos o, como en el caso de CayastĂ¡, que tuvo mudarse a varios kilĂ³metros hacia adentro, para prevenir los ataques de los nativos y las crecientes del rĂ­o.


En cambio, otro viajero, el naturalista español FĂ©lix de Azara, en su viaje desde Buenos Aires a AsunciĂ³n, en 1784, observa la modestia del poblado: 
“… un pueblo y Curato de modesta erecciĂ³n con 70 casas o ranchos (...) Distante de Santa Fe unas seis leguas, [los pobladores] viven de la crĂ­a del ganado y de algunas raĂ­ces que tiñen de encarnado”
El comerciante inglĂ©s Juan Parisch Robertson (1811), se ve impresionado por el matadero que compara con el GĂ³lgota pero comprende el potencial de la villa:
“EncontrĂ© el pueblo de la Bajada, situado al pie de una barranca altĂ­sima, pero suavemente inclinada. La Villa, distante del puerto, estĂ¡ en lo alto y de aquĂ­ deriva su nombre: ¨Bajada de Santa Fe¨. Pudiera haberse llamado el GĂ³lgota del ganado, pues estaba el terreno cubierto, no solamente de crĂ¡neos, sino tambiĂ©n de osamentas. Estaba completamente rodeada por mataderos y corrales, o mejor, en vez de estar rodeada la villa, constituĂ­an parte de ella (…) en una interminable extensiĂ³n de lomas y cañadas, dotadas de todo lo bello y rico de la naturaleza, no podĂ­a menos de considerar en que magnĂ­fica tierra se convertirĂ­a esto algĂºn dĂ­a”

Contrariamente, el naturalista francĂ©s Alcides D’Orbigny, en su paso por la bajada en febrero de 1827, elogia el paisaje y ve lo que le interesa, la posibilidad de un banco de fĂ³siles, a diferencia del comerciante inglĂ©s que especula sobre la futura prosperidad de la villa .
“…Un puertecito donde cargaban varios barcos, asĂ­ como toda la costa, tenĂ­a un aspecto tan vivo que rompiĂ³ para mi, la monotonĂ­a de tantas largas jornadas en las que no habĂ­a visto otros hombres que mis compañeros de viaje. A lo largo de la escarpada barranca advertĂ­a, a diversos niveles, hornos de cal, que proveen parcialmente al consumo de Buenos Aires. Deseaba vivamente observar de cerca esas costas, sobre todo las porciones calcĂ¡reas que necesariamente habrĂ­an de tener y examinar los bancos de fĂ³siles que habĂ­an asegurado se encuentran en esos lugares; pero, sumiso a las Ă³rdenes del patrĂ³n, poco dispuesto a condescender a mis deseos en lo que, por otra parte solo habrĂ­a supuesto un capricho, tuve que contentarme con contemplar de lejos las barrancas, prometiĂ©ndome retomar mĂ¡s adelante” . Otros objetos antropolĂ³gicos y de costumbres son citados por este viajero francĂ©s: “Como la costa de la Bajada se halla despejada en parte de los Ă¡rboles, o sĂ³lo tiene algunos diseminados por alturas, los pobladores se ven en la necesidad de ir en busca de madera a las islas, para calentar los hornos de cal (…) para lo que hacen cruzar caballos a las islas de la otra costa del ParanĂ¡, pese a la profundidad (…) atan dos caballos juntos, montan uno de ellos, los lanzan de la costa de la Bajada, nadan con ellos guiĂ¡ndoles al medio del rĂ­o, luchando con la fuerza de la corriente, hasta alcanzar una isla (…) Otro espectĂ¡culo mĂ¡s singular atrajo toda mi atenciĂ³n. Una barca chata, bastante parecida a las de nuestras riveras, pero de porte mucho mayor, estaba tripulada por seis hombres, tres de un bando y tres sobre el otro, cada uno de los cuales sostenĂ­a con una rienda a un caballo en el agua; guiaban a sus animales de manera tal que la embarcaciĂ³n con sus tripulantes fueran llevados hacia la costa, donde los caballos fueron empleados en arrastrar Ă¡rboles enteros, del centro a la periferia de la isla, por medio de un cabo atado a la cincha” .

Podemos observar cĂ³mo este pequeño poblado era visto por sus visitantes con ojos asombrados y con cierto sentido de la espectacularidad, no olvidemos que Ă©stos extranjeros venĂ­an de las grandes ciudades europeas y los paisajes y costumbres locales les resultaban evidentemente exĂ³ticos.

D’Orbigny, regresando de Corrientes el 5 de mayo de 1828, observa en la zona un cierto cosmopolitismo debido a la actividad portuaria:
“…Tan pronto como lleguĂ© me vi rodeado de curiosos, entre los cuales habĂ­a franceses, italianos y otros extranjeros, que me aconsejaban, de inmediato, no ir del pueblo a la ciudad sin armas a la hora de la siesta o por la noche, porque me expondrĂ­a a ser asesinado y todos apoyaron sus consejos con relatos de aventuras trĂ¡gicas acontecidas poco antes (…) Mi conversaciĂ³n fue interrumpida por la llegada de un soldado mal vestido y con los pies desnudos, quien me notificĂ³ que debĂ­a presentarme inmediatamente, como patrĂ³n de mi barco, en la capitanĂ­a del puerto. Poco habituado a hacerme el recalcitrante, acudĂ­ sin demora y me hallĂ© ante un hombre bastante tratable, el cual me intimĂ³ la orden de transportarme, de inmediato, donde [estaba] el gobernador o capitĂ¡n general de la provincia (…) En el desembarcadero hay muchas cabañas pequeñas entre el canal y la barranca que sigue hacia el norte, sobre la pendiente, a mitad de la cuesta, estĂ¡ colocada la casa de la Aduana y del capitĂ¡n del puerto, de manera que desde el mismo rĂ­o se ven los barcos y el movimiento comercial. El panorama estĂ¡ limitado por las barrancas cubiertas de prados, sobre la pendiente hay trazados numerosos senderos entre los cuales estĂ¡ el gran camino que va hacia la Aduana y a la ciudad propiamente dicha. El espacio comprendido entre la barranca y el ParanĂ¡ estĂ¡ cubierto de todo lo que caracteriza a un establecimiento de esa naturaleza: troncos de Ă¡rboles para construcciones dispersos acĂ¡ y allĂ¡, viejos barcos abandonados y pequeñas chozas donde se venden bebidas a los marineros…”
Cuando el ilustre naturalista Carlos Darwin, en 1833, pasa por la Bajada, elogia la hospitalidad y se admira por las luchas sangrientas, que continuarĂ­an hasta comienzos del siglo veinte. Seguramente notĂ³ cierta contradicciĂ³n entre ambas situaciones, de ahĂ­ su comentario sobre la polĂ­tica en estas tierras: 
“Cruzamos el ParanĂ¡ para ir a Santa Fe Bajada, poblaciĂ³n situada en la orilla opuesta. El paso nos costĂ³ algunas horas, porque el rĂ­o se compone de un laberinto de pequeños canales de agua, separados por islas bajas y boscosas. Llevaba una carta de recomendaciĂ³n para un anciano español, catalĂ¡n, que me tratĂ³ con desusada hospitalidad. Bajada es la capital de Entre RĂ­os. En 1825 la ciudad contenĂ­a 6.000 habitantes y la provincia 30.000. Mas a pesar de su escasa poblaciĂ³n, ninguna provincia ha sufrido revoluciones mĂ¡s sangrientas y obstinadas. Se ufana de poseer diputados, ministros, un ejĂ©rcito permanente y gobernadores, de modo que no son de extrañar las frecuentes perturbaciones del orden pĂºblico. Con el tiempo serĂ¡ una de las regiones mĂ¡s ricas de La Plata”


En cambio, el comerciante inglĂ©s William Mac Cann a mediados del siglo diecinueve (1847) se refiere, como su antecesor Juan Parisch Robertson, a los inconvenientes que provocaba la ubicaciĂ³n de la aduana, la falta de mano de obra calificada y todo lo que importa al comercio.

“La ciudad fundada por el año 1730, no tiene nada que la distinga de las descriptas anteriormente. EstĂ¡ situada sobre una barranca muy alta del rĂ­o ParanĂ¡, a una milla mĂ¡s o menos de la costa a los 30º45’ de latitud sur y 60º47’ del meridiano de Greenwich. El camino que la comunica con el rĂ­o, apenas puede llamarse asĂ­, y como la barranca es muy escarpada, el acarreo se hace difĂ­cil y se encarecen mucho los fletes y las mercaderĂ­as. La aduana funciona en el centro de la ciudad y esto importa otro inconveniente. La gente no parece muy inclinada al comercio; se ven algunas tenerĂ­as , pero en ruinas, lo mismo que otros vestigios de una industria anterior extinguida (…) Los artesanos son escasos y apenas si pueden desempeñar los oficios mĂ¡s necesarios. El comercio de exportaciĂ³n consiste en cueros, cerda, cebo y cal, siendo el trĂ¡fico de este Ăºltimo producto, muy importante. Pertenecen al puerto de la ciudad algunos barcos pequeños, si bien no existe todavĂ­a una matrĂ­cula de registro…”


El naturalista Hernann Burmeister, en 1857, se entusiasma con la actividad industrial y comercial.

“La costa escarpada casi a pico de la formaciĂ³n terciaria, abierta en varios sitios por las caleras alineadas a lo largo de la orilla junto a grandes hornos de cal en los que se quema piedra calcĂ¡rea y luego embolsada se envĂ­a a Buenos Aires. Una vida activa comercial e industriosa se descubre como por encanto en este paĂ­s joven, cinco hornos trabajan allĂ­ a poca distancia uno de otro, poco antes de llegar al Ăºltimo de estos, se descubre el Puerto” .
Thomas Woodbine Hinckliff, en 1861, prefiere tomar en broma el calor y las incomodidades, su perspectiva es puramente turĂ­stica.

“…Un camino de sigzag que comunica el puerto con la ciudad sube por la parte mĂ¡s accesible de la barranca; no encontramos caballos en el puerto y convinimos, urgidos por el calor y tomando las cosas en broma, entrar en la ciudad sobre una carreta de bueyes que rondaba por ahĂ­ guiada por un negro joven. Subimos a este vehĂ­culo mientras los bueyes ascendĂ­an serpeando por la barranca con su acostumbrada lentitud, nos divertĂ­amos charlando con el carretero (…) En las proximidades del puerto hay algunas casas esparcidas, y en lo mĂ¡s alto, por la parte del norte hay algo asĂ­ como un conato de fortificaciĂ³n…”

El Dr. Thomas J. Hutchinson, en 1862, se ocupa de aspectos poblacionales y paisajĂ­sticos y lamenta la calma y el silencio que le parecen mĂ¡s propios de los cementerios: 
“… [Vi] sĂ³lo un vapor (el pequeño buque de guerra ‘Buenos Aires’) (…) [y] algunas caleras bajo las barrancas se ven al acercarnos al fondeadero y supe despuĂ©s, que Ă©sta era la Ăºnica señal de industria manufacturera, si es que puede llamarse asĂ­, de la que acaba de ser la capital del inmenso territorio argentino (…) La bajada tiene como media docena de casas, incluso la CapitanĂ­a del Puerto, que es la Ăºnica Aduana que hay aquĂ­. Atravesando un pequeño puente, colocado sobre un pantano, se sube por un empinado y tortuoso camino que tiene mĂ¡s de una milla antes de llegar a nada que pueda llamarse calle. Se me dice que la ciudad del ParanĂ¡ tenĂ­a, segĂºn el censo de 1858, una poblaciĂ³n de 10.300 habitantes. EstĂ¡ dividida en dos partes por la calle Urquiza, como Buenos Aires por la calle Rivadavia. pero Ă©sta es Ăºnicamente la semejanza entre las dos ciudades, pues mientras Buenos Aires presenta en todas partes una escena de vida y bullicio, el ParanĂ¡ no tiene en sĂ­ mĂ¡s animaciĂ³n que un cementerio.”
SegĂºn estos fragmentos de relatos, advertimos una situaciĂ³n interesante: los viajeros ven segĂºn lo que saben. Militares, naturalistas y comerciantes, observan en el poblado aquellos aspectos que mĂ¡s se relacionan a sus actividades. Los diferentes modos de ver esta zona, nos brindan una amplia informaciĂ³n que, de no haberse registrado en los libros de viajes de estos visitantes, no existirĂ­a tal riqueza descriptiva.



No podemos dejar de mencionar la representaciĂ³n de otro viajero, el mĂ©dico y geĂ³grafo, MartĂ­n de Moussy, citado anteriormente, quien tambiĂ©n dejĂ³ un valioso retrato de Puerto Viejo en formato de litografĂ­a . Es la imagen mĂ¡s antigua que se conserva de esta zona .




LitografĂ­a de Martin de Moussy, 1853


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