La Leyenda del Churrinche
Cierto dĂa, el indiecito se sentĂ³ en el bosque para hablar seriamente con un insignificante pajarito gris al que Ă©l llamaba “Churrinche”. Como tantas otras veces, Ulian trataba de convencerlo de que Ă©l era tan Ăºtil y bello como los otros pĂ¡jaros, pero el churrinche no se convencĂa:
-¿No ves que no tengo ni una pluma de color? ¿No te das cuenta de que soy tan chiquito que casi no se me ve? MĂrame bien: ¡Soy feo!... ¡muy feo!
Tan seguro estaba el pajarito de lo que decĂa, que creĂa que todos pensaban lo mismo que Ă©l y, por eso, andaba siempre solo, asĂ nadie podrĂa compararlo con las bellĂsimas aves multicolores que habitaban el bosque.
Tan ocupado estaba el indiecito con su pajarito desvalido, que no oyĂ³ acercarse a un gigante malvado que vivĂa en las cercanĂas y que tenĂa mucha envidia de los poderes mĂ¡gicos de Ulian.
En un abrir y cerrar de ojos habĂa atado pobre niño y lo habĂa encerrado en una cueva, que habĂa tapiado totalmente, esperando que muriera.
Pero sin darse cuenta, el gigante habĂa dejado una pequeña hendidura sin tapar, y por allĂ se colĂ³ el churrinche. Con su dĂ©bil pico intentĂ³ desatar las cuerdas que inmovilizaban al prisionero, pero tenĂa tan poquita fuerza que no pudo conseguir nada. AdemĂ¡s, el gigante, al darse cuenta de su presencia, lanzĂ³ un rugido tan fuerte que le arrancĂ³ todas las plumas de su copete.
- AndĂ¡ y pedĂ ayuda a mis hermanos, los animales, ellos me ayudarĂ¡n; dijo Ulian con el pensamiento, ya que estaba amordazado.
El churrinche estaba tan asustado y desesperado que se olvidĂ³ de su vergĂ¼enza y de un solo vuelo aterrizĂ³ en el claro del bosque, donde estaban reunidos los animales y les contĂ³, casi llorando, lo que pasaba.
RĂ¡pidamente, se formĂ³ un congreso y quedĂ³ preparado el plan: el tucutuco cavarĂa un tĂºnel desde su guarida hasta la cueva y por Ă©l sacarĂan a Ulian.
Esperaron a que se hiciera de noche y comenzĂ³ la tarea; si bien es cierto que el jefe era el tucutuco, todos los animales ayudaban a sacar la tierra y despejar el tĂºnel, hasta que por fin llegaron a las paredes de la caverna.
AllĂ escucharon unos golpecitos que Ulian pegaba con los talones para indicar su posiciĂ³n y, en el mayor silencio, el tucutuco cavĂ³ un gran orificio.
El churrinche, mientras tanto, se habĂa vuelto a meter en la cueva, para hacerle compañĂa a Ulian y ver los pormenores del rescate.
Entre todos los animales arrastraron al prisionero, todavĂa atado y amordazado, por el tĂºnel reciĂ©n cavado, rumbo a la guarida del tucutuco, donde pensaban esconderlo.
Ya estaban por empezar la marcha, cuando el gigante se despertĂ³ y lanzĂ³ un feroz rugido.
El churrinche se llevĂ³ un susto mayĂºsculo, pero lo primero que pensĂ³ era que debĂa avisar a sus amigos que el gigante estaba furioso, y lo primero que se le ocurriĂ³ fue ponerse a gritar tan fuerte como el gigante: churruit... churruit... churruit... churruit.
El gigante, mĂ¡s enfurecido que antes, por semejante batifondo, le arrojĂ³ una gruesa espina que se clavĂ³ en el pecho del pĂ¡jaro, y se dedicĂ³ a perseguirlo.
Los animales aprovecharon para proseguir con el rescate, mientras el tucutuco iba taponando el tĂºnel reciĂ©n construido
Cuando estuvo seguro de que Ulian estaba a salvo, el churrinche, totalmente ensangrentado, dejĂ³ de gritar y, con las pocas fuerzas que le quedaban, volĂ³ hasta un chañar, a cuyos pies cayĂ³ desmayado.
AllĂ lo recogiĂ³ una calandria, que lo llevĂ³ hasta Ulian que, con unos pocos pases mĂ¡gicos lo curĂ³, pero decidiĂ³ que para siempre llevara el color de la sangre en su plumaje, como muestra de su coraje y valentĂa.
Y, por esa causa, el churrinche ya no es gris, sino que tiene los colores que tanto envidiaba a las otras aves.
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