Estancia Jesuítica San Miguel del Carcarañá

Localidad de Aldao, Santa Fe
Frente de la Capilla de la Estancia San Miguel. Dibujo: Eduardo Doroni.

JESUITAS Y FRANCISCANOS EN EL CARCARAÑA

Localidad de Aldao, Santa Fe

En los campos de la actual localidad de Aldao (Dpto. San Lorenzo) existió en el siglo XVIII la “Estancia San Miguel del Carcarañal”, la misma constituyó el mayor asentamiento rural jesuita en todo el territorio santafesino. En esta reseña trataremos el período de 1719-1767 de permanencia jesuita en la zona, finalizando con la posterior llegada y traslado de los franciscanos a su actual sitio conventual en 1796. Tomando como eje esta antigua estancia nos interiorizaremos en los inicios de la histórica ciudad de San Lorenzo y su zona.

Los Jesuitas en Santa Fe:

Desde sus primeros años en la provincia la compañía obtuvo tierras de estancia, adquiridas por vía de legados, compras o mercedes que, incrementadas, permitieron la conformación de uno de los más importantes establecimientos rurales del período colonial santafesino.

A fines del siglo XVII las principales estancias jesuíticas eran: San Antonio del Salado, Santo Tomé y La Bajada. Estas se ubicaban cercanas al río Salado y al denominado camino de los porongos que conducía a Santiago del Estero. Su posición privilegiada sobre esta ruta influyó en parte para que su producción dominante fuese la mular, al estar situadas casi fuera del área protegida, en esencia, más allá de las fronteras, fueron seriamente afectadas por los avances efectuados de los abipones, guaycurúes y otras tribus de principios del siglo XVIII, debiendo ser despobladas entre 1710-1715, como muchos otros santafesinos en esa coyuntura, también los jesuitas migrarían hacia espacios más seguros como el sur, siendo este hecho el que continuará nuestra historia más adelante .


Plano de la Estancia San Miguel del Carcarañá en 1787.
 La Estancia San Miguel:


La pérdida y abandono de las estancias del norte de la provincia dio lugar a la formación de un nuevo establecimiento que no tardó en convertirse en el principal sostenimiento del colegio de Santa Fe durante el siglo XVII. Esta estancia fue adquirida por la compañía de Jesús el 13 de Septiembre de 1719 a su antiguo propietario Antonio de Vera Mújica.


San Miguel no escapó a las líneas generales trazadas para los otros establecimientos rurales jesuitas de la gobernación del Río de la Plata. Localizada en un paraje situado a 20 leguas de la ciudad de Santa Fe, la estancia se ubicaba próxima a diversos cursos de agua en el camino de Santa Fe a Buenos Aires, además la desembocadura del Carcarañá en esta zona formaba un rincón o lengua de tierra que ofrecía gran seguridad ante cualquier invasión y que servía para contener los robos de animales (dichas invasiones y ataques fueron la causa principal de esta nueva radicación). Comprendía un área de 3 leguas y 8 cuadras al naciente (Este); 2 leguas río arriba y 2 leguas río abajo, pero no había epicentro; tal estancia se situaba en el desmochado, lo que hacía necesario la instalación de puestos (su superficie abarcaba casi 300.000 hectáreas). Todo este complejo junto con 1500 cabezas de ganado, 3200 yeguas y 500 mulas le costó a los jesuitas 13000 pesos en plata de la época (4000 de contado y el resto 9000 a 2 años).

Estas mismas tierras cumplían además la función de límite entre las capillas del Rosario y la de Río Tercero, situación que daba lugar a múltiples conflictos, ya que ambas consideraban la estancia como perteneciente a su jurisdicción. La orden, no ajena a las disputas, intervino regulando, según los momentos y circunstancias los derechos de una u otra sede, especialmente en las disputas que giraban en torno al cobro de las oblaciones de bautismos, casamientos y defunciones.




La arquitectura de la estancia:

Sin dudas, San Miguel constituyó el mejor ejemplo de arquitectura rural jesuita en territorio santafesino. El mismo se conformaba de la siguiente manera: con una capilla y una residencia anexa. La capilla estaba construida en adobe crudo y techada de tejas, su pórtico era similar (no igual) al del templo actual de San Lorenzo, sobre el arco del frente había una espadaña con tres campanas, en el interior se erigía un altar mayor compuesto por dosel con espaldar de damasco con la imagen de San Miguel, en un nicho se veneraba una imagen de vestir de nuestra señora del Rosario.

La residencia, adosada a la capilla, se estructuraba en torno a dos patios: uno menor y otro principal, dispuestos uno a uno a continuación del otro sobre el frente. El patio principal se definía en forma de U. Uno de sus lados estaba determinado por la capilla, sacristía y contra sacristía; en los otros dos lados había nueve celdas o aposentos, un refectorio y un cuarto de lugares comunes. Los mismos estaban rodeados por galerías con arcos de adobe cocido, mientras que sobre el frente se levantaba un tapial con la puerta de ingreso o como llamaban los lugareños puerta del campo. El segundo patio, estaba rodeado en todos sus lados por dependencias de servicio. Allí se ubicaban ocho cuartos de media agua, con la panadería, el horno, la despensa, algunos de ellos de ladrillo cocido y otros de adobe crudo.

En la parte trasera del complejo aparecía la típica huerta, que se comunicaba con el edificio por medio de una sala de tránsito. Separada se levantaba la ranchería, con ocho cuartos de media agua y dos para carpintería. La organización contemplaba, por último, la existencia de molinos de grano, corrales, potreros, puestos, etc., y si bien se dedicaban especialmente a la cría del ganado, parte del suelo era también trabajado. Todo el conjunto estaba cubierto de teja pero la misma no debió de haber sido de buena calidad, ya que este factor junto con la técnica empleada para la misma aceleró su deterioro luego de la expulsión de los jesuitas en 1767. 

ANTES DE SU DESMANTELAMIENTO SE DETALLÓ UN PLANO DE LA ESTANCIA JESUÍTICA POR LOS FRANCISCANOS EN EL AÑO 1787.  

Estancia San Miguel del Carcarañá. Año 1789.

Los puestos de la estancia:

Dentro de los límites de la estancia estaban ubicados además del casco, seis puestos o capillas. Los mismos abarcaban una superficie actual de casi 300.000 hectáreas. En el casco residían un Padre o Hermano estanciero y uno o dos padres a cargo de la enseñanza de la doctrina. Dentro de ese marco, la pequeña comunidad jesuita de San Miguel reglaba la vida de una amplia comunidad laica de trabajadores, libres y esclavos que llegó a contar con más de 100 personas.

En la propiedad, los puestos cumplían funciones defensivas al mismo tiempo que actuaban como centros productivos, de ahí el interés por comprarlos luego de la expulsión. El afincamiento de grupos familiares esclavos que cuidaban el ganado y cultivaban al mismo tiempo que hacían guardia contra indios y malhechores, habían transformado a los puestos en enclaves articulados entre sí y con el casco de la estancia. Su estratégica localización termina conformando posteriormente a actuales poblaciones santafesinas.


PUESTO

LOCALIZACIÓN ACTUAL
San Miguel
(rodeando  el casco)
Actual localidad de Aldao
De la Esquina
San José de la Esquina
Rincón del Carcarañá
Desembocadura del río Carcarañá en el Coronda
Puesto de la Cañada
Roldán
Don Lorenzo
San Lorenzo
San Ignacio
Comprendería tierras de Clodomira, Candelaria y Gral. Roca.



Medallas y crucifijos encontrados en exploraciones de 1994.


La importancia económica de San Miguel:

La ubicación privilegiada con que contaba la estancia, su proximidad a diversos cursos de agua, contar con el rincón del Carcarañá – sitio seguro frente a cualquier invasión y que servía para contener los rodeos de animales-, sus posibilidades de comunicación por vía terrestre y fluvial con la ciudad de Santa Fe y otros mercados locales y regionales y su eficiente administración posibilitaron un aumento creciente de la productividad de la estancia.

En cuanto a su organización, San Miguel combinaba la ganadería -central en las relaciones entre la estancia y el mercado- con el cultivo del cereal y las labores de huerta. Estas actividades respondieron a la política de limitar la dependencia de la estancia con respecto al mercado asegurando así su aprovisionamiento interno. Los inventarios de 1769 y 1771 revelan a la ganadería como el rasgo más sobresaliente, a pesar de las diferencias existentes entre ambas estimaciones. Esta última arroja cifras más ajustadas en relación al número de cabezas de ganado al momento de producirse la expulsión -39.173 en comparación a las 21.323 aportadas por la primera tasación-

Medallas, monedas y crucifijos.
 El ganado vacuno y la cría de mulas le permitió a San Miguel integrarse por un lado, a los circuitos comerciales generados por la producción de plata potosina, y por otro, a través de diferentes prácticas, al comercio ilegal con los súbditos de la Corona de Portugal. La circulación también estuvo orientada a solucionar los problemas de abastecimiento de carne de la ciudad de Santa Fe.

Crónica de una expulsión anunciada

La pragmática sanción del 2 de abril de 1767, dictada por Carlos III, dispuso la expulsión de los regulares de la Compañía de Jesús de la totalidad de los dominios hispanos e indios. Y la inmediata ocupación de sus bienes.

Al año siguiente. 1768, los últimos religiosos abandonaron el colegio de San Miguel, quedando así trunca una obra, pero flotando un espíritu que jamás desaparecería. El primer artículo de la Real Pragmática Sanción disponía, a la vez, la ocupación de las temporalidades de la Compañía, comprendiendo la definición bienes y efectos, muebles e inmuebles y las rentas eclesiásticas.

Restos de espuelas, hebillas, botones, ganchos, cucharas, adornos entre otras cosas.

Encargada de tales tareas en nuestra zona fue la junta de Santa Fe (que no estuvo exenta de sospechas de irregularidades) que dispuso el remate de los bienes. La subasta, se efectuó en aquella ciudad los días 5, 10 y 20 de septiembre de 1774. Y a partir de entonces, muchos serán los que aparecerán como nuevos dueños de la tierra: Ignacio Díez de Andino, Juan Francisco Aldao, Antonio Molina, Juan Antonio Helguera, Francisco Lucena, Ignacio Villarroel, Francisco Pérez, los cabezas de las familias Araya, Roldán, etc.

De esta manera el emporio mercantil, agrícola y ganadero se descalabró dolorosamente, teniendo a su vez consecuencias en toda la zona: la mano de obra del entonces Pago de los Arroyos no tuvo desde ese momento la ocupación que los jesuitas le brindaron. Se resintieron los transportes locales y los carreteros quedaron sin trabajo. La navegación fluvial del Carcarañá y del Coronda hasta Santa Fe y viceversa se fue extinguiendo con el último jesuita. Los indios, negros, mulatos, mestizos, criollos y gauchos que formaban aquella laboriosa y progresista comunidad desaparecieron paulatinamente en el lugar.

Los emprendedores dirigentes de la estancia San Miguel, entre los cuales se encontraban relevantes cultores de las artesanías, de las artes y de las ciencias tuvieron que seguir el camino de la expulsión, y la estancia, estremecida por la medida drástica, vio desierto su casco y sus puestos.



Fragmentos de vidrios, cerámicas y mayólicas.
La llegada de los franciscanos en 1776:


La radicación original de la congregación franciscana en la zona de San Lorenzo no residió en el actual convento “San Carlos”, sino a las orillas del Carcarañá, en el sitio en que había pertenecido a la Compañía de Jesús, expulsada entre los años 1767-1768. Entre los bienes quitados a los jesuitas por la junta de temporalidades figuraban prácticamente la venta de todas sus tierras, rancherías, ganado, puestos, haciendas y esclavos.

Al establecerse en 1776 sólo pudieron obtener una parte de lo que había quedado del casco de la estancia cerca del Carcarañá juntamente la mayoría de los elementos religiosos. Los franciscanos tenían como premisa conformar un centro propagador de la fe, de formación de misioneros para la evangelización, ya eran tiempos de rezar y no de pensar proyectos políticos o económicos, el mismo fue fundado en el 1 de enero de 1780 gracias al permiso del Rey Carlos III, el mismo que expulsó a los jesuitas. Como una paradoja el naciente colegio se llamó “San Carlos” en gratitud al monarca. Pero nos resulta comprensible dado que la orden franciscana termina por complementar el proceso de expulsión y sustitución de la Compañía de Jesús en nuestra zona. El mismo, como veremos más adelante, no terminaría allí.

El estado de las instalaciones era tan deplorable que rápidamente los franciscanos se pusieron en campaña para trasladar al naciente convento hacia el puesto de Don Lorenzo, el cual iba teniendo un mayor dinamismo de circulación que en épocas anteriores. Finalmente, el 6 de mayo de 1796 se efectúa el traslado del Convento y Capilla desde el Carcarañá hacia su actual sitio en San Lorenzo.

No debemos olvidar que la radicación de los franciscanos en el lugar significó, asimismo, una auténtica partida de nacimiento para la posterior ciudad de San Lorenzo; fecha que actualmente se conmemora cada año.

Extraído del libro “Jesuitas y Franciscanos en el Carcarañá”
De Celaya, Ricardo, Doroni, Eduardo y Lentino, Elvio.
Editorial Cromográfica, 2007




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